¿Qué es la filosofía?
Nota: |
Tratando de cuestionar
El camino hacia la reflexión filosófica puede comenzar así, haciendo preguntas como ¿qué es la filosofía? Las cuales suelen surgir después de reconocer no saber algo por completo, después de reconocer que sí tenemos la sospecha, la duda, de si lo sabido —o lo entendido— resulta cierto, sea posible mejorarlo, o simplemente resulte falso. Las preguntas auténticas, esas que provienen de, o nos llevan a, reconocer nuestra ignorancia tienen el potencial de guiarnos hacia un lugar más cercano a la verdad; en rotundo contraste con el lugar a donde nos lleva la ausencia de preguntas y dudas, al creernos ya dueños de dicha verdad. Por lo que, si alguien está en pos de la verdad, el dudar se convierte en una herramienta esencial. La justificación es simple, quien se sabe ignorante, busca conocer y tiene posibilidad de conseguirlo, mientras quien se cree poseedor de la verdad, se pregunta: ¿por qué iba a buscar algo que ya tengo? prejuiciosamente, es decir, respondiéndose antes del tiempo oportuno, sin cabal conocimiento y sin ningún ánimo de indagar.
El acto de reconocer nuestra ignorancia o falta de conocimiento, ese reconocer del que hablábamos en el párrafo anterior y que precede a una pregunta es, me parece, un acto esencial de humildad, es decir, una preferencia por concederle la razón a la realidad. Ilustrativamente, es un decidirse por proseguir nuestro camino de acuerdo al estado del terreno, y no conforme dice un mapa determinado. Es escoger afrontar la vida como lo que es, en lugar de como quisiéramos que fuera, es preferir tener conocimiento de nuestras propias limitaciones, carencias y debilidades, y actuar de acuerdo con este conocimiento.
Sin embargo, la indagación filosófica no se nutre de cualquier pregunta o duda, no por preguntar o dudar estamos filosofando. El dudar requiere primero una especie de maduración que nos lleve a formar una genuina duda filosófica. Un ingrediente en dicha maduración es la meditación profunda que busca distinguir el contenido de lo que se piensa, identificando, ordenando, tratando de dar nombre y categoría a cada pensamiento relacionado. En otras palabras, se trata de hacer reflexión, que es la facultad de la mente de tener conocimiento de sí misma y de las operaciones con las que enfocamos nuestras ideas. Así, dudando y preguntando acerca de nuestras propias dudas y preguntas, llegamos a formar un cuestionamiento —lo cual es diferente de una simple pregunta—. Cuestionar significa controvertir un punto, poniendo en tela de duda la veracidad de lo afirmado, proponiendo y contrastando las razones, pruebas y fundamentos de una y otra parte, considerando ambas: las razones a favor y las razones en contra.
Ahora sí, podemos decir que el principio del sentido crítico y filosófico es el plantear cuestionamientos, que provienen de haber ya estado tomando en serio un asunto determinado.
Filosofía como vivencia
Filosofar es llevar a cabo una indagación racional y sistemática, representa una forma concreta de cómo profundizar en algún tema de nuestro interés. En ocasiones, recibimos exhortaciones por parte de las autoridades en la sociedad —ya sea del gobierno, de la religión, o de asociaciones civiles— para que nos involucremos, profundicemos o pensemos seriamente en algún asunto, pero, al parecer asumen que la audiencia sabe cómo hacer eso de profundizar pues con frecuencia el cómo está ausente en el mensaje. Para el individuo interesado, sepa que el filosofar es una actividad que, a lo largo de la historia de la humanidad, ha ayudado a responder a la pregunta de cómo profundizar en los temas de importancia personal.
Entonces, filosofar es cuestionar, es a lo que llega una persona al no estar del todo convencida de las respuestas con las que cuenta en un momento dado de su vida, pues estas no parecen explicar o no atienden muchos casos importantes. Cuestionamos debido a que los argumentos que justifican una creencia, o están ausentes o no se sostienen después de una valoración crítica. No se trata de cuestionar por cuestionar, por animadversión, sino cuestionar porque se quiere estar más seguro de no perderse la esencia de algo que es importante para uno mismo.
Filosofar es adoptar una peculiar forma de pensar, una que se opone a dejar zanjado o resuelto, de una vez y para siempre, un tema o cuestionamiento dado, pues se tiene la sospecha de que en dicho tema hay mucho, mucho más por descubrir. Filosofar es una actitud mental que prefiere la claridad y el rigor en los pensamientos por encima de la conveniencia y mera practicidad. Filosofar es pensar con rigor racional, de acuerdo a las reglas del pensamiento efectivo: coherencia, consistencia, factibilidad, simplicidad, completitud, basado en evidencia y en hechos, sin precipitar conclusiones, autocrítico, etcétera.
Parece que los humanos compartimos esas reglas mentales, como si fueran estructuras incrustadas de alguna manera en nuestro cerebro. El origen de tales estructuras ha sido tema de múltiples estudios, pero al parecer, se encuentran presentes en la mayoría de las personas, pues no se requiere ser un especialista para captar algo raro al escuchar, por ejemplo, el siguiente pensamiento:
“La comida estuvo muy sabrosa, entonces tendré que llevar mis anteojos para el sol”.
Pensar con rigor también significa pensar con propiedad, fidelidad, exactitud, con precisión. Veamos brevemente cada una. Pensar con propiedad significa pensar en términos de las cualidades esenciales del objeto pensado; tal que si estoy pensando en un gato o en la rectitud moral, entonces tengo presente lo que distingue claramente a esa idea de las demás ideas. Pensar con fidelidad significa seguir honestamente las reglas por las que se llega a determinada conclusión y exponer dichas reglas abiertamente. La exactitud de un pensamiento es la cercanía que guarda con el valor correcto o el punto de referencia dado; nos damos cuenta de la exactitud de un pensamiento al identificar la relevancia que guarda con la idea o tema en cuestión. La precisión es el grado de distinción o relación entre ideas, es el grado de dispersión o cercanía entre los objetos referidos. Un riesgo de pensar sin rigor es que tratemos lo que es vago como si fuera preciso y entonces tratar de hacerlo encajar en una categoría lógica exacta.
Por supuesto, el pensamiento riguroso requiere entrenamiento y práctica disciplinada; es escrupuloso y puede provocar la percepción de cierta aspereza por parte de alguien no familiarizado. Pero, en la vida adulta (interiormente), es requerido para una cada vez mejor comprensión de la verdad.
¿Cómo empezar?
Si eres observador es probable que, como es el caso de muchas personas, ya hayas estado practicando la indagación filosófica sin saber el nombre de ese irle sacando filo a tu mente. Pues observar la vida cotidiana, atenta y reflexivamente, es una manera natural y asequible para lograr el entendimiento y para darnos a entender mejor. El filosofar es un pensamiento atento, en ambos sentidos, es tanto esmerado y detallista como amable y considerado. Tan es así, que un rasgo del pensamiento filosófico es la objetivación, con la cual se hace una clara distinción entre, por ejemplo, la persona por un lado —digna de respeto y cordialidad— y las creencias o las acciones de dicha persona —susceptibles del más estricto examen crítico posible— por el otro.
Al filosofar no tratamos de observar la vida como deambulando, por haraganear, no. Pues observar la vida no es una actividad tan simple como parece: hay quien se pasa la vida observando y no ve ni entiende casi nada. Filosofar no es divagar, no es usar la reflexión para divagaciones inútiles.
Filosofar es aprender a plantearse problemas, para analizarlos, verlos desde muchas perspectivas, y luego sintetizar cuestionamientos, volviendo analizar estos con base en sus implicaciones a favor y en contra. Filosofar es también plantearse preguntas grandototas, que tienen respuestas aún más grandototas. Por ejemplo, ¿qué es el amor?, ¿qué significa ser libre?, ¿qué es el Universo?, ¿cuál es la esencia del crecimiento espiritual?, ¿qué es la verdad?, etc.
Filosofar no es empezar a pensar de cero, por el contrario, si bien implica una búsqueda para desarrollar pensamientos propios, pero a partir de los pensamientos rigurosos de otros seres humanos en la historia. Por eso la historia de la filosofía está repleta de personas que nos legaron sus pensamientos, que como ingredientes, podemos nosotros usar para preparar nuestros propios guisos o proyectos filosóficos personales. Enfrentarse a un libro lleno de páginas y páginas de texto puede ser intimidante, pero la curiosidad y el tesón por la verdad de un filósofo suelen ser suficientes para irse abriendo paso, poco a poco, entre las filosofías de la humanidad (en ambos sentidos, tanto las filosofías acerca del significado del ser humano en este planeta, como las filosofías presentes en la historia de la humanidad).
¿Qué es, entonces, la filosofía?
Esta es una de esas preguntas grandototas que sólo pueden irse abordando, junto con su respuesta, poco a poco, y por partes. De por sí, no creo que sea posible definir la filosofía en forma simplista, en unos cuantos párrafos, mucho menos seré quien te quite la oportunidad de indagarlo por ti mismo. Así que pasemos directamente a arrojarnos al acto de filosofar, para resolución de problemas reales de la vida, para analizar y clarificar soluciones, para evaluar críticamente. Ultimadamente, para que sigas transformando tu vida en algo tan valioso y significativo como te sea posible.
Para seguir pensando en el texto disparador 1
Si uno se pone en los zapatos del hijo, Juan, hay que reconocer que la situación actual no muestra muchos incentivos para aquellos que elijen el camino del trabajo y el estudio. Cierto es que la televisión muestra continuamente personas que se han enriquecido con diferentes métodos, pero ninguno de ellos cercano al sacrificio. Uno podría tener la sensación de vivir en una sociedad en la que todo vale, y lo único que asegura un buen recorrido es la astucia y el ingenio de cada uno para sobrevivir en esta especie de jungla civilizada.
1Para consultar más detalles de esta sección remitirse a la referencia [1]
La madre, en cambio, parece repetir el discurso de padres y maestros que señalan el camino del sacrificio y del trabajo como única forma de alcanzar la felicidad. ¿Qué extraño, no? ¡Alcanzar la felicidad viviendo en el sacrificio! Algo así como pelear y hacer la guerra en pos de la paz, ¿no? La pobre madre, con las mejores de sus intenciones, intenta hacer comprender a este joven inexperto lo que es mejor para él.
Aunque ambos, madre e hijo, lo desconocen, ellos representan con sus ideas dos modelos de vida que están siendo discutidos en la actualidad. El ideal de hijo de la madre concuerda claramente con los ideales de la Ilustración o Modernidad. Este es un pensamiento político nacido en el siglo XVIII en Europa y que diera lugar a la Revolución Francesa. Juan, el hijo, tiene un pensamiento típicamente Postmodernista. Se conoce como Postmodernista a una modalidad de pensamiento político que parte de la crítica al Modernismo sosteniendo ideales bastante parecidos a los planteados por Juan.
Juan Jacobo Rousseau fue un importante filósofo de origen francés, quien planteó la necesidad de terminar con el sistema de gobierno monárquico y reemplazarlo por un sistema político donde la totalidad del pueblo pudiera participar de las decisiones que lo afectaban directamente. Así tomó el modelo de la democracia griega, pero con algunas adecuaciones necesarias a los nuevos tiempos que se vivían en su Europa natal. En primer lugar la gente gobernaría eligiendo representantes, ya que el importante número de habitantes en cualquier país hacia imposible el debate directo. De esta manera los diputados serían los representantes del pueblo en el Congreso o Parlamento. También el presidente de la Nación sería un representante de todos los habitantes de dicha Nación. Así, cuando se habla del Estado o del gobierno se hace mención a todos los habitantes de un país. Rousseau, Kant, Montesquieu y otros pensadores de la Modernidad incentivaron la idea de, a más y mejor educación, mayor progreso y bienestar. Ellos pensaban, como la madre de Juan, que cuanto mayor fuera el nivel de educación, mayor sería el progreso de la humanidad. Son, en buena medida, los responsables de que la escuela sea obligatoria. Si todos los ciudadanos de un país se educaran, ese país progresaría mucho más que otro, poblado de ignorantes. La gente se volvería más buena y menos violenta. La educación ofrecía, a cambio del sacrificio, un futuro próspero y sin guerras.
Con el correr de las décadas, y la llegada de un desastroso siglo XX que hizo trizas las buenas intenciones modernas, con dos feroces guerras mundiales, comenzaron las críticas a aquel modelo de vida. Tal cual como Juan cuestiona a su madre la necesidad de sacrificarse para vivir bien, así cuestionan los pensadores Postmodernistas.
Se denominan Postmodernistas a aquellos que piensan que el proyecto de la Modernidad ha demostrado su fracaso y consideran que es necesario repensar un nuevo modelo de vida. Si bien la Postmodernidad no es un modelo político presentado prolijamente por algún pensador, lo característico del Postmodernismo es la ausencia de normas universales, y una revalorización de lo individual por encima de lo comunitario. Muchos creen que estos tiempos postmodernos han dado paso al conocido Neoliberalismo económico, la más individualista de las corrientes económicas existentes y la que tienen menos contenido social o comunitario.
Para muchos investigadores, uno de los problemas más graves que enfrentan aquellos partidarios es la denominada crisis de representatividad. ¿Qué significa esto? Que la gente ya no cree que un diputado o un presidente elegido por el pueblo realmente representen los intereses de quienes los han elegido. La gente parece desconfiar absolutamente de quienes se postulan para ocupar cargos en el Estado. Tienen la clara percepción de que quienes se postulan para un cargo en el gobierno, sólo buscan estar en una mejor posición para hacer buenos negocios personales o robar, lisa y llanamente. Claro está que el modelo propuesto por los filósofos modernos se basa, fundamentalmente, en la confianza que cada ciudadano deposite en su representante, de lo contrario el Estado y sus instituciones (la justicia, la policía, el congreso, etc.) se convierten en cáscaras vacías que no valen más que lo que valen aquellas personas que lo integran. La gente elige confiar en un juez por sus cualidades personales, pero no por la confianza que le inspira la justicia del Estado. A alguien le gusta cómo enseña tal o cual profesor, pero no la escuela como institución del Estado.
El problema que se plantea entonces es el siguiente: si ninguna persona tiene la autoridad que otorgaba antiguamente el ser representante del pueblo de una Nación, entonces una persona podría plantearse: “¿con quién hablar cuando tengo un problema?” Quizás la respuesta sea la televisión. Alguien podría decir: “Con ella puedo hacer oír mis reclamos a todo el pueblo. Pero la televisión sólo transmite noticias, así que tengo que transformar mi problema en noticia. ¿Cómo hago para convertir en noticia la falta de agua en una población? Realizo retenes o le prendo fuego a la casa del encargado. Eso es noticia. Cuando la televisión venga con sus cámaras a filmar esto, yo les cuento mi problema del agua.” A veces este procedimiento sale bien. Otras, en cambio, terminan como el intento de Juan de abandonar sus obligaciones escolares. Así como puede suceder en una familia, a veces, quienes administran el Estado no encuentran otra forma de obligar a los ciudadanos a cumplir con sus obligaciones que no sea la reprensión policial. En todo caso, hay que tener mucho cuidado, pues en la historia ciertamente se encuentran casos de autoridades incompetentes o déspotas que terminan por conducir las situaciones con sus ciudadanos hasta que se convierten en desenlaces trágicos.
Réplica al texto disparador
Una escena familiar, como la que ocurre durante una cena en casa, representa probablemente uno de los reductos más íntimos durante la vida de un ser humano, donde podríamos realmente sentirnos a salvo y acogidos por el amor de nuestra familia. Así mismo, vivir y comprender el amor en su totalidad es uno de los más grandes proyectos filosóficos que un ser humano pueda emprender. Cada familia, los adultos en particular en dicha familia, elige las formas en que el amor toma su significado entre ellos. Pues así como los progenitores o tutores de un infante, movidos por su amor, están dispuestos a infringir directamente dolor físico a sus pequeñines al consentir que se sometan a la inyección de una vacuna, pues conocen los términos del caso y saben que este dolor temporal y pasajero es para evitar un posible dolor mayor y permanente en el futuro, así también, conociendo los términos del caso, esos mismos tutores están llamados, por amor, a ceder el control, evitando decir qué tienen que hacer y pensar sus nenes, en favor de que estos crezcan interiormente, dándoles la herramienta que probablemente sea la más importante de su educación como adultos: el sentido crítico. Y por ende, el encausamiento hacia la búsqueda de respuestas a preguntas como ¿Qué es la filosofía? Así, los miembros de una familia tienen más oportunidad de pensar en el saldo neto que pueda resultar de sus acciones y si de ese saldo resultante coincide con lo que en verdad quieren.
Qué bien se siente estar equivocado, y darse cuenta de ello
Referencias bibliográficas
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Enseñar filosofía en el siglo XXI: Herramientas para trabajar en el aula. Fernando Cazas. 1ª Edición. Editorial Lugar. 2006. ISBN 950-892-253-2.
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Introducción a la filosofía. Raúl Gutiérrez Sáenz. Editorial Esfinge. Decimoquinta edición. ISBN 970-782-151-5.
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Introducing Philosophy: A Text with Integrated Readings. Robert C. Solomon. Oxford University Press. 2007. ISBN-10: 019532952X.
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Introducción a la filosofía. Dr. José Rubén Sanabria. Editorial Porrúa. 1976. ISBN 970-07-4432-9.
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Atrévete a pensar. Josep-Maria Terricabras. Editorial Paidós. 1998. ISBN 84-493-0677-9.
Lecciones preliminares de filosofía. Manuel García Morente.
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Diccionario de Filosofía. I. Blauberg. Ediciones Quinto Sol. 968-6136-04-5.
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Diccionario de Filosofía. Mario Bunge. Editores Siglo XXI. 968-23-2276-6.
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