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Contenido
Preparando la onceava sesión: Introducción a la crítica textual
Preámbulo
Texto disparador I: ¿Qué significa la Biblia?
¿Cómo lograr la exégesis? — Episodio I: El Espíritu Santo
¿Cómo lograr la exégesis? — Episodio II: ¿El Espíritu Santo?
Texto disparador II: ¿Significado bíblico absoluto?
Bibliografía propuesta
Preparando la onceava sesión: Introducción a la crítica textual
Preámbulo
¿Cómo aproximarse a los textos antiguos de una manera responsable y culta? ¿Cómo pueden ayudarnos disciplinas como la filología, la crítica textual y la historiografía para lograr interpretaciones justificadas de, por ejemplo, la Biblia o los escritos de Platón? ¿Cuán relevante es hacer la distinción entre una teoría histórica, una teoría filosófica y una teoría teológica?
Si la lectoescritura es un acto estético —es decir cimentado en nuestra destreza interpretativa— entonces el goce de tal acto, y la madurez para la que nos prepara, dependerán de nuestra habilidad para exhumar relatos fecundos donde los haya. ¿Cuánto mejoraría nuestra actual interpretación de algún texto al ubicarlo en su debido contexto histórico? La investigación crítica de la historia de textos antiguos, y de los diversos sistemas para su interpretación, es una manera disciplinada y mesurada para mejorar nuestras interpretaciones de dichos textos.
Texto disparador I: ¿Qué significa la Biblia?
¿Cómo podría el acto de interpretación bíblica ser un tema relevante para la cultura occidental? ¿Cómo ese tema puede tener alguna relación con los grandes problemas políticos y sociales del presente? La relevancia y una posible relación estarían basadas en aquella idea de la Grecia clásica, la idea en el dintel del oráculo de Delfos: «conócete a ti mismo»; es decir, para aquellos que buscamos el entendimiento de nuestra situación presente, sea esta social, política o económica, si no hallamos en nosotros mismos las explicaciones entonces tampoco podremos hallarlas afuera de nosotros. La destreza para interpretar nuestra realidad tiene una estrecha relación con la destreza para interpretar algunos textos antiguos que han influido en nuestra cultura.
El amplio y diverso conjunto cultural conocido como «occidente» tiene, también, una marcada y definitoria influencia milenaria de las tradiciones religiosas abrahámicas. Por lo que, para entender nuestros problemas, y la manera en cómo pensamos sobre ellos, así como los alcances de las típicas soluciones occidentales a los mismos, necesitamos, además, conocer a fondo las ideas en esas tradiciones religiosas abrahámicas. Para lo cual debemos reconocer que el campo de investigación al respecto es amplísimo, y entonces es requerida la capacidad para mantener nuestra atención durante el desarrollo tanto de los temas históricos como de los temas teológico-filosóficos; de otra manera, sin esa capacidad para sostener la atención, quedaríamos relegados a perspectivas sesgadas y de valor marginal.
Sostener la atención implica contar con un programa propio de investigación con el cual recorramos la diversidad y la amplitud de las provincias intelectuales en ese vasto campo. Para algunos tomaría meses de esfuerzo continuo lograr una vista de conjunto sobre el tema, para otros tomaría años, para otros, como yo, quizá toda la vida y sin esperanza de completar tal concepción. Pero el recorrido tiene preeminencia pues ofrece los frutos intelectuales y espirituales más apreciables; tanto es así que incluso intentar el recorrido es más relevante que alcanzar la —quizá imposible— meta.
Una de las preguntas, para mí, impulsoras en el recorrido es: ¿cuál es el significado de los textos bíblicos? Es decir, ¿cómo llega a mi mente el significado bíblico? ¿Cómo logro la exégesis? Reflexiono al respecto en forma de una ficción literaria, en dos episodios: ¿Cómo lograr la exégesis? — Episodio I: El Espíritu Santo, y Episodio II: ¿El Espíritu Santo?
¿Cómo lograr la exégesis? — Episodio I: El Espíritu Santo
—Agradezco el tiempo que me concede señor obispo, para unas preguntas que me aquejan por las cuales necesito su pastoreo.
—Estoy a tu servicio hijo mío, estoy aquí por Designio de Dios como encargado de sus ovejas y me place asistir a ese designio. ¿Qué me quieres preguntar?
—Es en relación a la lectura de la Biblia, señor obispo: ¿cómo puedo saber lo que significan algunos pasajes difíciles? Por ejemplo, Jesucristo dice en una parte que no vino a traer la paz sino la guerra, en Mateo 10:34, y en otra parte, poco después, dice que es necesario perdonar incluso a quien nos hace mal, en Mateo 18:15-22. Y también, por otro lado, cuando Jesucristo indica, en Marcos 16:14-18, que los cristianos serán reconocidos, además, por agarrar serpientes o por tomar veneno, y no sufrir daño alguno.
—¿Has olvidado mis lecciones cuando leímos esos versículos?
—No me refiero, señor obispo, a sus lecciones, sino a cómo yo sabré, en general, que ya he logrado obtener el significado divinamente inspirado en esos y tantos otros pasajes que quiero entender.
—Comprendo hijo, tu interés es de tipo teológico, en particular de tipo exegético. La exégesis bíblica, hijo mío, es el depósito que Dios hace en la mente de una persona a través de la obra y de la gracia del Espíritu Santo.
—Entonces, ¿cómo se logra la exégesis bíblica? Pues, ahora que lo menciona, recuerdo haber leído algo sobre un término...hermenéutica, me parece, la cual es el estudio de los distintos sistemas de interpretación, y parece toda una disciplina que requiere mucho estudio. Pero no comprendo cómo pueden todos esos estudiosos estar tan errados, pues Dios claramente dice en la Biblia, en 2 Pedro 1:19-21, que Su Santa Palabra no es algo que deba o pueda ser libremente interpretado. Dígame usted señor obispo: ¿es Voluntad de Dios que alguien como yo pueda lograr la exégesis de Su Palabra? ¿Cómo?
—La exégesis es una acción del Espíritu Santo y, por tanto, ocurre por Designio Divino, pero claro que nosotros podemos hacer nuestra parte y si es Su Voluntad entonces podremos ser sujeto de dicha Acción Divina.
—¡Dígamelo de una vez, señor obispo! ¿Cuál es mi parte?
—Pues lo he dicho en muchas ocasiones, hijo mío, constantemente lo repito en las reuniones de la iglesia: la comunión con Jesucristo. Lo que está en tus manos es vivir plenamente todo lo que implica la vida en iglesia, ya sabes: leer tu Biblia todos los días, estar en comunión fraternal y constante con los fieles cristianos, que son tus hermanos espirituales, hacer oración todos los días para estar lejos del pecado, compartir tu fe con los que aún están condenados, hacer ayunos, obras de caridad, el pago puntual y honesto de los diezmos semanales, predicar a los infieles invitándolos a la iglesia para que abandonen su vida pecaminosa, etcétera, etcétera. ¡En fin! Abrazar con amor y esmero todo el pastoreo que tus líderes espirituales tan bondadosamente te ofrecemos con cariño, pues es la misión que Dios nos ha encargado.
—Comprendo ahora señor obispo. Digamos que la exégesis puede ocurrir al crecer espiritualmente, es una manera en la que Dios recompensa a sus hijos más fieles.
—Exactamente, hijo mío, lo has entendido muy bien. Pasemos ahora, aprovechando la ocasión, a platicar de cómo vas con tus deberes en tu vida en iglesia, cuéntame...
¿Cómo lograr la exégesis? — Episodio II: ¿El Espíritu Santo?
—Pues parece que estaré en esta sala de espera por un rato, mi vuelo se retrasó. ¿Es también tu caso?
—Así es, ya hice varias llamadas para avisar que llegaré tarde.
—Veo que lees un libro sobre hermenéutica bíblica. Por un momento me hiciste recordar una plática, hace muchos años, que tuve con un obispo sobre el tema de cómo lograr la exégesis bíblica. Me asombran cuán diferentes son mis conclusiones de ahora, comparadas con las de aquel tiempo de fervor y juvenil devoción.
—De una u otra manera el contacto con el estudio bíblico profundo nos cambia, para bien o para mal.
—Interesante que lo menciones. ¿Cómo podría ser para mal?
—Bueno, quizá fue una exageración expresarlo así. Pero me hiciste recordar el dilema ético que me asalta ahora que regreso desde el seminario hacia mi comunidad natal en mi país, quienes con sus diezmos financiaron toda mi carrera académica durante mis años de estudio en un prestigiado y costoso seminario cristiano.
—¿Dilema? ¿Te refieres, quizá, a cómo retribuirás a su generosidad?
—No exactamente, sino a cuál camino elegir para el contenido de mi consejería eclesial en general y de mis sermones en la escuela dominical. Conozco la mentalidad de mi comunidad natal, pues ellos me enseñaron a dar mis primeros pasos en el cristianismo y a cómo mantenerme fiel a Dios. Por mis visitas ocasionales, y por toda la correspondencia, sé que ellos, principalmente los diáconos y el clero local en general, mantienen esa mentalidad y todos los chicos siguen siendo enseñados con ella.
—Creo entonces inferir el dilema: lo que aprendiste en el seminario no se parece en nada a lo que aprendiste durante tu infancia y, ahora, debes decidir si enseñarás la misma tradición local o si explicarás con claridad que las creencias no son exactamente como se han difundido tradicionalmente, ¿cierto?
—Sí, así es. Lo que no deja de sorprenderme es la facilidad con la que, aparentemente, los otros miembros del clero local han superado este dilema, pues quienes ya han cursado la misma carrera, en el mismo seminario, no hace mucho tiempo, no sólo han continuado con las mismas creencias tradicionales sino que incluso las han reafirmado y llevado a un nivel más intolerante y obcecado. Por ejemplo, las creencias que han sido causa de un aumento en la homofobia en esa mi tan querida comunidad natal.
—Comprendo tu dilema ahora. Para mí, en su momento, no representó ningún dilema. Mi fervor y mi juvenil devoción a Dios, con las que en primer lugar me acerqué a la vida en iglesia, es decir a la comunidad de fieles, formaron parte de lo que luego me orientó para decidir mejorar mis creencias por encima de lo que las jerarquías clericales dictaran, ¡y vaya que tienen por costumbre hacer eso!
—¿Eres un ministro de culto cristiano o sacerdote católico?
—No. Para mí llegó a ser claro que la vida secular y laica es lo mío; y además, que en esta vida puedo consagrarme, aún en un mayor grado, a los valores y principios causa de mi fervor y de mi devoción desde la infancia: lo humano.
—¿Aun en un mayor grado? ¿Me puedes ofrecer un ejemplo?
—Pues ese mayor grado ha significado, por ejemplo, abrir las puertas de mi mente para intentar comprender lo diferente a mí, lo diferente a mi minúscula cultura local. Lo humano es algo muy amplio y para no reducirlo tan sólo a mi sesgada cultura local necesito romper con los esquemas de la religión institucionalizada. La religión, entendida con profundidad antropológica, es para el florecimiento y el disfrute de la persona humana, individual; no al revés, la religión no es para que el individuo se someta ante las religiones institucionalizadas tradicionales y sus jerarquías clericales anquilosadas. Así entendido, para mí fue muy fácil la decisión de mandar a la religión organizada al carajo, por muchas buenas razones, entre ellas, porque esa jerarquía clerical usurpa con facilidad, por ignorancia o por perversión, lo que de otra manera fuese una ayuda para que los individuos quedaran libres de las cadenas de, por ejemplo, la homofobia, la misoginia, o la xenofobia. En general, libres de todo ese miedo a lo aparentemente diferente, a lo percibido como distinto, complejo y diverso.
—¡Caracoles! ¿Cursaste también una carrera teológica en el mismo seminario que yo? Pues comprendo que los sistemas de interpretación bíblica también ofrecen soporte para perspectivas como la que mencionas, y en términos equivalentes al soporte para cualquiera de las perspectivas tradicionales. Hace un momento mencionaste que tiempo atrás platicaste sobre exégesis y hermenéutica con un obispo, ¿me podrías arrojar un poco de luz sobre tu recorrido a la fecha, cómo formaste tu perspectiva actual?
—No estudié en ningún seminario, pero a puro ímpetu de indagación he participado en muchos eventos, debates y comunidades donde los profesores de esos seminarios ofrecen generosamente sus conocimientos y sus métodos de estudio bíblico a quienes estén interesados. Acerca de mi recorrido, recuerdo que seguí fielmente lo que aquel obispo me indicó para hacer mi parte en relación a la exégesis. Mi principal motor era la idea de poder entender la opinión de Dios, aquello que fue divinamente inspirado, y que supuestamente ahora nos llega en forma del texto bíblico.
—Permíteme adivinar: la comunión con Jesucristo, en la vida congregacional de la iglesia.
—Exacto.
—Lo sé pues fue lo mismo que me enseñaron de niña en mi querida comunidad natal, la cual ha hecho un considerable esfuerzo, no sólo económico sino especialmente de apertura histórica en algunas de sus creencias, al financiar la carrera teológica de la primera mujer que envían al seminario.
—Pues, regresando a mi recorrido, te cuento resumidamente que la supuesta comunión con Jesucristo, por lo menos como la enseñan en la religión institucionalizada, resultó inconsistente con la idea de un mensaje coherente proveniente de una sola persona divina. Me explico: si tal comunión es el medio para la exégesis entonces algunos de los miembros con mayor tiempo de vida en iglesia, y mayor jerarquía, habrían sido sujetos de la acción del Espíritu Santo, pues así se explicaría el elevando nivel de exigencia que demandan de la comunidad para que obedezcan todo lo que dictan en sus sermones cotidianos. Después de varios años de observación y reflexión sobre la conducta y sobre el discurso de una variedad de estos supuestamente sujetos de exégesis por obra y gracia del Espíritu Santo, los cuales dictan creencias y exigen conductas no sólo con un elevado grado de subjetividad sino en franca contradicción, reconocí, por honestidad intelectual, que ese no era el medio hacia la exégesis.
—Sí, estoy al tanto que, probablemente más por ignorancia que por perversión, se ha abusado del método devocional de estudio bíblico, y que se ha aplicado para lo que no es. Sin mencionar que, por tanto, los resultados son muy inferiores a los de otros métodos de estudio e interpretación bíblica, como el método histórico-crítico, o también llamado criticismo alto, o alta crítica. Por favor continúa.
—De acuerdo, así que regresé, en esa época, a la alternativa que con anterioridad había escuchado: al estudio hermenéutico de la Biblia como medio para la exégesis. Me enteré de la diversidad de sistemas de interpretación bíblica y de su adecuada aplicación; de que la historiografía bíblica no ofrece bases para afirmaciones absolutistas, pues, por ejemplo, no tenemos acceso a ningún manuscrito autógrafo, es decir original, de los textos bíblicos pues se perdieron y, por tanto, no hay manera de lograr una exégesis directa a partir de las palabras originalmente pronunciadas...
—Quizá en alguna época solías imaginar, así como yo cuando niña, a Jesucristo hablando, o a Pablo o a Poncio Pilatos, y pronunciando de pie palabras en español, como en una escena de película en la cual me imaginaba a mí misma escuchando a pocos centímetros de distancia, las mismas palabras en español que leía en mi primera Biblia, que con tanto cariño me obsequió mi consejero eclesial asignado en turno, sin caer en cuenta que dichas palabras en español tan sólo son una exégesis de alguien más a partir de otro idioma que no es el que usaron para pronunciarlas por primera vez, si es que fueron pronunciadas y no sólo interpretadas y escritas al crearse el texto bíblico. Perdón, continúa.
—Sí, veo que compartimos esa misma vívida imaginación infantil y juvenil. Continúo. Pues así supe que para traducir de un idioma a otro es necesario primero hacer exégesis, es decir hacer una interpretación del significado, para luego poner ese significado en palabras de otro idioma. Por tanto, supe de la larga cadena de exégesis que hay desde la lectura de mi Biblia actual, escrita en español contemporáneo, pasando por toda la historiografía bíblica, por siglos y siglos de ambientes culturales y lingüísticos diversos, hasta la primera exégesis, inalcanzable para nosotros por las razones históricas ya mencionadas, cuando alguien interpretó lo escuchado, no sé si en arameo o en otro idioma, y lo puso por primera vez en palabras del idioma del texto bíblico original, que en el caso del Nuevo Testamento posiblemente se trata del griego antiguo.
—El cual, me refiero al manuscrito original, y como ya mencionaste, nuestra época contemporánea desconoce y, por ende, no hay manera de cotejar para resolver la intrincada red de relaciones entre las discrepantes copias existentes. Pero ¿cómo fue que esto te llevó a concluir en contra de la creencia de un solo Dios como persona coherente?
—Yo no dije eso, permíteme aclararlo: yo dije que la creencia de la comunión con Jesucristo como medio para la exégesis es una creencia cuyas bases no la sostienen, pues si no fuese ese el caso entonces todas las exégesis, tanto las de los traductores como las de los clérigos que exigen obediencia, serían al menos fragmentos de una sola intención coherente, todas formarían en su conjunto la supuesta voluntad de Dios inspirada y revelada a la Humanidad para su salvación.
—Pero, como no hay consistencia o uniformidad entre la diversidad de exégesis, y es evidente que lo menos que hay en las religiones abrahámicas, desde la antigüedad, es uniformidad exegética, entonces no se puede afirmar que hay un solo mensaje coherente que se pueda decretar como “la voluntad divina”, ¿cierto? Pues estoy muy al tanto del grado de validez y de soporte para tal conclusión. Es una de las perspectivas que estudié en el seminario, y durante varios semestres, empezando con mis clases sobre crítica textual.
—Con eso justamente iba a concluir el breve relato de mi recorrido a la fecha. Agregaría que ejercer la hermenéutica y la exégesis es algo común para el desarrollo cultural, no sólo en el ámbito teológico sino también en el ámbito filosófico y otros.
–Claro, de hecho, aparte de la práctica constante de la hermenéutica o interpretación bíblica, también se practica la hermenéutica filosófica, la hermenéutica jurídica, etcétera. Vaya, que hacer exégesis, o llegar al significado de un texto, debe ser para lo que cualquier persona que se cultive a sí misma debe prepararse con esmero.
—Precisamente, de ahí que actualmente estoy preparándome en los requisitos para ejercer con esmero la hermenéutica. Recuerdo mi primera incursión en el tema, me quedó muy claro que para abrirme paso en la hermenéutica necesitaba primero muy buenas bases en otros campos, pues son como antecedentes indispensables; por ejemplo, el ejercicio filosófico amplio, balanceado, y profundo.
—Muy bien, muchas gracias por esta agradable conversación, creo que reflexionar al respecto de todo esto me ayudará con mi dilema ético.
—El placer ha sido todo mío. Parece que podremos, si gustas, seguir platicando sobre otros temas relacionados, como por ejemplo sobre el futuro de la religión...
Texto disparador II: ¿Significado bíblico absoluto?
Un punto clave del anterior Texto disparador I consiste en la importancia de tomar conciencia de que los textos antiguos no deben interpretarse a la ligera pues las consecuencias son graves; como las provocadas por el literalismo devocional. Además, si alguien elige aproximarse a esos textos desde perspectivas históricas o perspectivas teológicas entonces necesita, por ende, entender primero qué es una interpretación histórica y cómo se formula una teoría teológica. Además de entender que tales teorías tienen ámbitos completamente diferentes y no pueden combinarse sin incurrir en problemas cuyas soluciones son muy endebles y muy difíciles de justificar debido a su poca plausibilidad.
Tomar conciencia de la preparación requerida para interpretar esos textos antiguos me lleva a sospechar que muy pocos eruditos han podido interpretarlos debidamente sin caer en los excesos típicos; como el tropiezo de presentar una teoría teológica como si fuese una teoría histórica plausible. Ante un escenario como el que implica esta toma de conciencia no ha faltado quien intente justificar todo aparato clerical con base en la idea de que el papel de los clérigos es interpretar y el papel del individuo es acatar, pues los clérigos tienen la preparación para interpretar, y el individuo no. Y que si dejáramos que el individuo los interpretara libremente entonces la religión sería un caos total. Pero pregunto, ¿no es acaso ya un caos? Ante lo cual se me ha respondido que el caos sería aun peor. Y ahí es donde difiero: eso último no lo sabemos de hecho.
Me explico: sí sabemos que interpretaciones torpes han causado lo negativo del cristianismo o del judaísmo o del islamismo —las tradiciones religiosas abrahámicas—, pero de hecho no sabemos qué sucedería si al individuo común, e interesado en religión, se le informa debidamente de los peligros al interpretar y se le prepara para hacerlo. Si la premisa es que el individuo común es “flojo, lerdo y malo por naturaleza” pues ni siquiera hay que intentarlo. Pero esa premisa es tramposa pues no es causa sino un efecto de, precisamente, los sistemas religiosos adoctrinantes; por lo que tal premisa es inválida.
Un individuo preparado para interpretar textos antiguos es un individuo que no caería fácilmente en los excesos de la religión vulgar —es decir, descuidada— pues dicha preparación conlleva haberse formado la conciencia de lo poco que realmente podemos saber sobre el significado absoluto de dichos textos. Ese individuo abrazaría a la diversidad y, por ejemplo, valoraría más al amor o la compasión por encima de “La Verdad” y el pensamiento sectario de “ellos” y “nosotros”, pues dicha conciencia no le aportaría bases para esos excesos.
Un peligro es caer en esas perspectivas cortoplacistas que rechazan todo aquello que no es “práctico” simplemente porque no se ajusta a sus agendas institucionales. Y se entiende su posición pues lo que les importa es la preservación de sus instituciones, y no realmente el bien del individuo.
Calculo que muchos individuos preparados estimarían que las interpretaciones en clave poética de los textos antiguos son de las que pueden arrojan más frutos espirituales y, por lo tanto, lo negativo de la religión disminuiría considerablemente pues ese tipo de interpretaciones satisface de mejor manera el desarrollo del sujeto —es decir de su subjetividad— y, además, el individuo se liberaría del peso de “La Verdad”. Claro, esto si partimos de la premisa donde la religión no es para las instituciones o corporaciones religiosas sino para el individuo.
Bibliografía propuesta
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Manual de Critica Textual: Edición de textos griegos. Alberto Bernabé Pajares. Ediciones Akal. ISBN 978-84-460-2945-8.
-
Fundamentos de crítica textual. Germán Orduña. Arco Libros. ISBN 847-63-5621-8.
-
Crítica textual. Un enfoque multidisciplinario para la edición de textos. El Colegio de México. ISBN 978-60-746-2019-1.
-
Cristianismos perdidos: Los credos proscritos del Nuevo Testamento. Bart D. Ehrman. Crítica. ISBN 978-84-989-2042-0.
-
La historiografía. Charles Olivier Carbonell. Fondo de Cultura Económica. ISBN 968-1613-90-2.
-
La filosofía y su historia - Cuestiones de historiografía filosófica. Jorge Gracia. Instituto de Investigaciones Filosóficas. ISBN 968-3666-95-7.
-
The Canon of the New Testament: Its Origin, Development, and Significance. Bruce M. Metzger. ISBN 978-0198269540.
-
The Text of the New Testament: Its Transmission, Corruption, and Restoration. Bruce M. Metzger. Bart D. Ehrman. 4th Edition. ISBN 978-0195161229.
-
The Living Text of the Gospels. D. C. Parker. ISBN 978-0521599511.
-
The New Testament: A Historical Introduction to the Early Christian Writings. Bart D. Ehrman. ISBN 8-0195322590.
-
An Introduction to the New Testament Manuscripts and their Texts. D. C. Parker. ISBN 978-0521719896.