Seminario de Filosofía

El sentido último de la educación consiste en el desarrollo de tus facultades como persona. El ejercicio filosófico —personal— resulta necesario para dicho desarrollo. Buscar educarse, poniendo límites al error propio, es en sí misma una aportación importante a la sociedad.

Saturday, March 27, 2010

Preparando la cuarta sesión: Pensamiento crítico y filosofía de la ciencia

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Contenido

Introducción

Texto disparador I: El conserje de la percepción

Texto disparador II: Lo que comparto con Richard Dawkins...

Referencias bibliográficas

Introducción

Vamos a empezar nuestro estudio del conocimiento, ¿qué es conocimiento? ¿Cómo se obtiene? ¿Qué se puede conocer? ¿Cómo llegamos a saber lo que sabemos? ¿Hay otras maneras de saber? ¿Cuáles son las bases que sostienen la confianza en un determinado conocimiento? ¿Sobre qué tipo de conocimiento podemos fundamentar nuestra conducta? ¿Cómo justificamos nuestras creencias? ¿Cómo estar seguros de que lo que sabemos corresponde a la realidad?

En la Historia de la Filosofía no han faltado proyectos filosóficos que han tomado en serio dichas preguntas. Tocaremos brevemente el proyecto filosófico que derivó en lo que ahora llamamos conocimiento científico y mencionaremos sus características esenciales. Gracias al mismo pensamiento crítico que genera esta clase de conocimiento, y que los filósofos han seguido ejerciendo, podemos contemplar los debates acerca de los límites de la ciencia y el horizonte que tenemos adelante por recorrer en el conocer como raza humana.

En esta ocasión contamos con dos textos disparadores, para tratar de alimentar más el debate y sus efectos positivos, según estudiamos en sesiones anteriores.

Texto disparador I: El conserje de la percepción

Cierto. El darme clara cuenta de mis errores, el saber en qué consiste lo indeseable en mí, el reconocer que realmente no prefiero ser o actuar de determinada manera, y poder abandonarlo definitivamente, representa una de las más difíciles y a veces inalcanzables aspiraciones que pueda llegar a tener como ser humano.

Para lograr cambios personales, en la manera de pensar, de creer, de vivir, se requiere, como mínimo, que ponga de mi parte. ¿Cuál es mi parte?

Mis padres, mis familiares, los buenos amigos, en general todo aquel que tenga un amor desinteresado en mi persona muy seguramente aportarán su parte a tal cometido en la medida de lo que esté a su alcance. Pero si reflexiono sobre mi aportación real, mi contribución concreta al empeño de la transformación personal, entonces necesariamente debo partir de lo único que tengo a mi alcance, lo que tengo disponible para trabajar, lo cual es el conjunto de creencias y conocimientos que gobiernan mi conducta en el presente. Lo principal de mi parte no podría consistir en cambiar por fuera, en mi conducta o manera de hablar, sin primero cambiar por dentro, en mis creencias y conocimientos. Poner de mi parte para cambiar requiere que cambie, que mejore, mis creencias y conocimientos que provocan mi conducta y, ultimadamente, mi ser.

Hasta aquí el supuesto ha sido que la transformación personal es positiva. Pero si ese supuesto no existe, entonces no hay proceso de cambio, todo es cancelado y permanecemos en el mismo estado de conciencia y conducta, indefinidamente, por los siglos de los siglos. Es decir, “¿Para qué cambiar, si así estoy bien?” dice quien en realidad no quiere cambiar. “¿Por qué mejorar lo que creo ahora, si ya creo lo que es mejor?”, dice quien ignora el funcionamiento básico de la percepción humana.

Quisiera que al estar despierto mi conciencia estuviera conectada directamente con lo que está afuera de ella. Si esa conexión directa existiera, entonces al considerar un suceso, por ejemplo, un accidente automovilístico o al leer una narración histórica, entonces automáticamente mi conciencia conocería en el acto las causas exactas, reales, del accidente o el significado último del relato, sin ningún esfuerzo. Pero como tal conexión directa entre conciencia y realidad no existe, entonces es necesario hacer indagaciones para determinar las responsabilidades en el accidente, o para entender lo verdadero en los hechos históricos. Aun las mismas conciencias involucradas en dichos sucesos tendrían que ponerse de acuerdo, integrando sus percepciones, para llegar a saber qué es lo que en realidad aconteció.

No hay, pues, conexión directa entre mi conciencia y el mundo exterior. Mi estado de conciencia, todo mi contenido interno, resulta de la explicación que yo mismo me doy de la realidad externa. Hay una parte de mi mente que se encarga de hacer eso, es el mecanismo de la percepción, que cual portero o conserje va anunciado y explicando lo que llega del exterior. Al considerar lo que percibo con mis sentidos físicos, o lo que resulta de mis propios razonamientos, entra en acción mi conserje mental con el objetivo de poner en claro ante mi conciencia de qué trata lo considerado, es decir, tratar de entenderlo. Dicha labor empieza por buscar correspondencia con lo más parecido a algo entendido previamente, así mi mente se ahorra tener que entender cada cosa de nuevo. Si lo considerado carece de correspondencia entonces la labor del conserje termina avisando a la conciencia quien etiqueta como “no entendido” a lo considerado. Por ejemplo, si escucho que alguien me dice “Guten Morgen” u observo las señas que el cátcher le hace al pitcher en un juego de beisbol, sin hablar el idioma alemán o sin saber el código pactado, entonces tendría un serio problema de salud mental —o de honestidad— si digo que entendí a cabalidad tales sucesos.

Como en otras funciones del cuerpo humano, el conserje de la percepción también tiende a tomar la ruta del menor esfuerzo, pues es la que consume menos energía y es más eficiente. En este caso, la búsqueda de correspondencia con algo ya entendido previamente no es una búsqueda exacta, sino es una búsqueda de similares, de coincidencia de patrones. Por lo que si no tengo el cuidado debido, corro el riesgo de terminar aceptando como entendido algo que en realidad no guarda correspondencia con mi entender previo. Situación popularmente referida como confundir la gimnasia con la magnesia. Por ejemplo, lo mencionado hasta ahora en el presente texto puede tener alguna similitud con ideas de otro asunto que previamente haya yo entendido, digamos, la programación neurolingüística. Si permito a mi conserje de la percepción explicarme que ambos asuntos tratan de lo mismo y que, por tanto, no debo hacer ningún esfuerzo adicional para entender las diferencias, y que puedo con total despreocupación encasillar esto en la misma categoría que lo otro, entonces yo mismo me estoy poniendo el pie para tropezar.

Otra labor de mi conserje de la percepción consiste en siempre tratar de presentar a mi conciencia una explicación que sea consistente conmigo mismo. Aun si para lograr mantener tal consistencia deba transformar o alterar lo percibido para que guarde o restaure correspondencia con la imagen que tengo de mí mismo. Es un mecanismo de autodefensa o auto-preservación y al parecer también es un mecanismo natural del funcionar como ser humano. Se trata del mecanismo por el cual respondo ante la disonancia cognitiva que proviene de percibir dos ideas contradictorias acerca de mi persona. Por ejemplo, digamos que percibo las siguientes dos ideas:

1ª “Soy una persona sensible e inteligente”
2ª “No sé cómo desarrollar mi sentido crítico”

La trampa consiste en no estar consciente de dicho mecanismo y dejar que mi conserje elija automáticamente la opción que restaura la imagen de mí mismo, la opción que preserva el ego y resuelve inconscientemente la disonancia. Haciéndome creer —muy sinceramente— que “...todo esto ya lo sabía...” o “...es lo mismo que yo digo...”, y por tanto abandonar el esfuerzo que implica aceptar la disonancia cognitiva y resolverla desde el reconocimiento de que la imagen que tengo de mí mismo no es muy realista en resumidas cuentas.

Al ignorar los detalles hasta ahora mencionados pierdo la ocasión de intervenir oportuna y conscientemente en el proceso de mi percepción, para adaptar la labor de mi conserje evitando que al ser descuidado y perezoso termine siendo la causa de mi propio estancamiento interno, de la paralización de mi estado de conciencia —y por tanto, de mi conducta—.

Una manera con la que puedo conseguir adaptar la labor de mi conserje de la percepción es la autocrítica, el hábito de cuestionar mis ideas, mis creencias y mi conducta. ¿Cómo llegué a creer esto? ¿Cuáles son las bases de tal idea? ¿Cómo puedo estar más seguro de su certeza? ¿Cuáles ideas están siendo ocultadas de mi conciencia por mi conserje de la percepción?

Sin la autocrítica, sin el conocimiento de mí mismo, sin el cuestionamiento frecuente, en otras palabras, sin la práctica adulta del ejercicio filosófico, quedo inerme ante mis propios mecanismos naturales del ser persona. Por ejemplo, antes de entender lo ya mencionado, ¿cuál es la probabilidad de que haya terminado mezclando las siguientes tres ideas? (1) Una idea nueva acerca del aprendizaje a través de una relación maestro-discípulo, (2) mis ideas e intereses previos acerca de la disciplina militar, (3) la apabullante influencia cultural acerca de la jerarquías autoritarias promovidas por el pensamiento religioso y paternalista desde siempre. Como un seguidor acrítico ¿qué es más probable, que haya entendido muy bien la positiva intención original del concepto de tal discipulado o que haya tropezado conmigo mismo al terminar entendiendo una mezcla entre ideas nuevas y las prevalecientes en mí y en la cultura alrededor? Si entendí muy bien la positiva intención original, entonces habría evidencia indiscutible resultante de la conducta derivada de tal creencia, ¿la hay?

Texto disparador II: Lo que comparto con Richard Dawkins...

...es ese desprecio por el Establishment religioso, por el corporativismo místico, por el dogmatismo que ha estimulado lo peor del ser humano a lo largo de la historia de la humanidad; por esa actitud complaciente que promueve, como si se tratase de algo positivo, la abolición de las capacidades intelectuales en los individuos a favor de una agenda clerical; comparto el desprecio por esa actitud arrogante, esa presunción desmedida, esa creencia absolutista de que sólo lo suyo vale para el cristianismo, que sólo lo suyo es lo de Jesús, El Cristo.

Se trata del mismo desprecio que siento por actitudes y poses similares dentro de otros ámbitos del quehacer humano, aun dentro de la comunidad científica. Por ejemplo, no obstante lo valioso del trabajo filosófico y científico de Mario Bunge, la primer frase en su ensayo ¿Qué es la ciencia? muestra precisamente otra manifestación de ese estado mental que desprecio, a saber: “Mientras los animales inferiores sólo están en el mundo, el hombre trata de entenderlo;…”. Si bien no hay manera de atribuirle misoginia alguna a su texto pues se entiende el uso genérico del término hombre, pero ¿qué sabe de los otros animales en este planeta que lo hace creer que son inferiores? Sin mencionar la completa ausencia de consideración alguna por los miembros de los otros taxones en la diversidad de seres vivos clasificados. Se trata de esa estupidez típica del fanatismo científico de creer que el ser humano es el amo absoluto de todo lo que hay, el centro mismo de la existencia, creerse la gema única que corona el Universo. Y sin embargo, si desaparecieran todos los artrópodos, en pocos años la vida en la Tierra se extinguiría mientras que si desapareciera la raza humana, las demás especies florecerían.

Lo que admiro de Richard Dawkins como militante del ateísmo —así como, por ejemplo, de Charles Finney como teólogo cristiano— es esa feroz honestidad, esa fibra moral para expresar claramente pensamientos propios, y sustentarlos. Además, así como admiro esa honestidad, admiro también la humildad en cualquier ser humano, esa virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en actuar de acuerdo con este conocimiento; es decir, admiro a quien va dándose cuenta de su posición relativa en la gran perspectiva de conjunto de la existencia y se encamina hacia el horizonte por los caminos que le falta conocer. Por eso no puedo admirar la carencia de humildad tanto en ateos como teístas —dos caras de la misma moneda dogmática— pues, aun con lo mejor a lo que hemos llegado con la ciencia, tan sólo contamos con conocimiento confiable siempre sujeto de mejora y nunca a declaraciones absolutistas. ¿De dónde sacan pues estos —ateos y teístas— su fe ciega?

Referencias bibliográficas

  1. Creer, saber, conocer. Luis Villoro. Editores Siglo Veintiuno. ISBN 968-23-1694-4.

  2. Mistakes Were Made (But Not by Me): Why We Justify Foolish Beliefs, Bad Decisions, and Hurtful Acts. Carol Tavris. Elliot Aronson. ISBN 978-0156033909.

  3. An Introduction to Continental Philosophy. David West. ISBN 978-0745611853.

  4. Los problemas de la Filosofía. Bertrand Russell. Editorial Centro Mexicano de Estudios Culturales. ISBN 9685355037.

  5. Denial - Why Business Leaders Fail to Look Facts in the Face. And What to Do About It. Richard S. Tedlow. ISBN 978-1591-84313-9.

  6. Why We Make Mistakes: How We Look Without Seeing, Forget Things in Seconds, and Are All Pretty Sure We Are Way Above Average. Joseph T. Hallinan. ISBN 978-0767928069.

  7. Philosophical Foundations for a Christian Worldview. J. P. Moreland, William Lane Craig. InterVarsity Press. ISBN 978-0830826940.

  8. Blind Spots: Why Smart People Do Dumb Things. Madeleine L. Van Hecke. ISBN 978-1591025092.

  9. Fundamentos de la filosofía – Conocimiento y lógica, lógica simbólica y lecturas integradas. David Héctor Hernández Vázquez, Miguel Ángel Morales Mayoral. Grupo Editorial Éxodo. 2006. ISBN 970-737-148-X.

  10. The Trouble With Physics: The Rise of String Theory, The Fall of a Science, and What Comes Next. Lee Smolin. ISBN 978-0618918683.

  11. Victims of Groupthink: A psychological study of foreign-policy decisions and fiascoes. Irving L. Janis. ISBN 978-0395140444.

  12. Philosophy of Mind, Revised Edition: A Beginner's Guide. Edward Feser. ISBN: 978-1851684786.

Wednesday, March 10, 2010

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La parte final de la exposición general del tema lógica y argumentación la pueden encontrar en la siguiente página:
Introducción a la lógica y argumentación - Parte III

Este tema tomó más tiempo del proyectado y fue necesario extenderse un poco pues representa el cimiento o bastidor de trabajo para los temas subsecuentes.

En preparación al siguiente tema, Pensamiento crítico y filosofía de la ciencia, estoy elaborando el texto disparador el cual será publicado posteriormente.

Dicho tema representa el inicio de nuestro estudio sobre la parte de la filosofía que trata del saber, la epistemología; es decir, el análisis de las condiciones en las que podemos decir justificadamente que conocemos algo. Analizando, para comenzar, su aplicación a la ciencia; es decir, cuándo podemos decir que conocemos algo científicamente.

Pero no hay en realidad ninguna razón por la que haya un sólo texto disparador para este otro tema de tal envergadura. Así que, quien quiera preparar un texto que nos provoque la reflexión y el debate acerca de dicho tema, por favor siéntase en la completa libertad de prepararlo y publicarlo.

Introducción a la lógica y argumentación-Parte III

Nota:
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Contenido

¿En qué punto vamos?

¿Para qué argumentar?

¿Para qué debatir?

Argumentación

La experiencia y 2+2=4

¿Sabemos leer y escribir?

Niveles de analfabetismo

Lectura para información y lectura para entendimiento

¿Qué es el lenguaje?

Lenguaje argumentativo

Lectura crítica y argumentación por tema

Medios para persuadir

Solidez lógica

Fuerza retórica

Falacias

Modelo de Toulmin para la argumentación

Debate

Debate y educación

Negociar y refutar

Conclusión

Fuentes bibliográficas

¿En qué punto vamos?

La presente exposición consiste en la continuación —y parte final— del tema Introducción a la lógica y argumentación, de acuerdo al temario planteado y partiremos del punto donde nos quedamos en la segunda parte.

¿Para qué argumentar?

Nuestras creencias determinan nuestro actuar. Una creencia es un juicio que consideramos cierto —con base en lo que vimos en la parte anterior de esta misma exposición— y cuando expresamos un juicio en forma oral o escrita lo llamamos proposición. Por ejemplo:

Un trabajo remunerado es indispensable para sobrevivir en la actualidad

Esta creencia representa una razón por la cual hacemos uso de nuestra voluntad para realizar labores remunerativas.

Si una creencia es una proposición que estimamos cierta, entonces un concepto antónimo es la negación, es decir, si al creer declaramos que una proposición es cierta, entonces al negar declaramos que una proposición es falsa. ¿Qué pasa si consideramos la negación de las creencias que rigen nuestra conducta? ¿Cómo se ve la vida desde esa perspectiva? ¿Qué obtenemos al considerar y analizar la negación de nuestras creencias? Ambas, creencia y negación, tienen necesariamente su lado opuesto. ¿Qué nos lleva a escoger una posición? ¿Por qué tendemos a pensar que nuestra posición personal es la más digna de adoptarse, por qué debiera ser la nuestra la posición “más natural”? ¿Somos más conducidos por la autocomplacencia o por la correspondencia con la realidad?

En cualquier caso, al mantener una creencia que gobierna nuestra vida —es decir, una creencia importante para nosotros— resulta igualmente importante responder, como mínimo, a la pregunta ¿De cuál raciocino es conclusión? Pues ahora sabemos que una creencia, al ser una proposición, puede ser a la vez la conclusión de un raciocinio; el cual será válido o inválido dependiendo de la ilación de sus premisas y de la verdad de las mismas. Al ser capaces de articular los argumentos que son las bases de nuestras creencias, estamos formando la justificación por la cual podemos o bien mantenerlas como directrices de nuestra vida, o bien mejorarlas para que nos generen nuevas condiciones de progreso personal, o bien desecharlas por falta de sustento —lo cual también puede ser una forma de progreso—.

Este último caso no implica forzosa ni automáticamente adoptar la negación correspondiente, pues eso sería igual a saltar demasiado rápido a conclusiones. Suspender un juicio, mientras se investiga a fondo el asunto, hasta que se cuente con las bases para justificarlo, es un rasgo —como hemos visto en sesiones pasadas— del ejercicio filosófico.

Así que ¿por qué usted cree, amable lector, lo que dice creer? ¿Cuáles son las bases que justifican sus creencias más importantes? ¿Son estas bases lo suficientemente sólidas como para mantener dichas creencias después de un examen crítico sostenido? Por supuesto, quien tendría el mayor interés en tomar en serio esta clase de preguntas sería usted mismo, aplicándolas a las creencias que, según usted, son las de mayor relevancia en su vida propia.

¿Para qué articular —ya sea de forma oral o escrita— nuestros razonamientos? Aun antes de considerar que será inevitable hacerlo cuando queramos comunicarlos a otra persona, en primer lugar sirve como un diálogo con uno mismo. Para una especie de debate interno, para investigar y descubrir la verdad o falsedad de nuestras creencias, para encontrar su justificación, para atinar una explicación de las mismas, para persuadirse o disuadirse uno mismo. Además, sirve para la búsqueda de buenas respuestas y soluciones a preguntas y problemas difíciles. Por si fuera poco, entre más entendamos el proceso de expresar un raciocinio, más sólidamente podremos pensar acerca de su substancia.

El objetivo esencial de la argumentación no es ganar un debate, sino intentar resolver un problema que sólo puede ser resuelto al lograr un acuerdo con los demás. En un entorno donde la razón tenga peso, no se puede coaccionar a otros para que estén de acuerdo, sino que debemos considerar seriamente sus preguntas y objeciones para responder de forma justa. Aun en la expresión escrita de nuestros raciocinios —que es una excelente manera de analizar la solidez de lo que pensamos— debemos imaginar dichas preguntas y objeciones en atención a nuestros lectores. Aun si el acuerdo no se logra en el primer intento, una buena argumentación establece un antecedente o reputación de conciencia, consideración y seriedad que puede ser tomada en cuenta para los intentos futuros. Hay mucha satisfacción de ejercer el razonamiento propio, aun si alguien termina diciendo “Bueno, no estoy de acuerdo, pero entiendo tu punto”.

Además, una sólida argumentación puede también servir para defenderse de abusos por parte de alguna autoridad. Una persona o un pequeño grupo de ciudadanos, haciendo un meticuloso uso de sus razonamientos, han logrado presentar exitosamente su caso y demostrar, más allá de la duda razonable, que el peso de la razón reside de su lado. Hay muchos casos de estos debidamente documentados en la Historia y en los anales del Derecho. Algunos casos se pueden encontrar buscando la frase “El poder del individuo” en Internet. La Historia ha registrado casos incluso donde los individuos salvaron la vida gracias al buen uso de su razón.

¿Para qué debatir?

Debatir es controvertir, es intercambiar opiniones opuestas, es discutir la oposición entre ideas, es examinar atenta y particularmente los pros y los contras de un tema dado. Un debate es una discusión en donde se presentan argumentos a favor y argumentos en contra de una proposición o propuesta. ¿Para qué quisiéramos hacer tal cosa? Un debate puede servir para llegar a una conclusión —aunque sea provisional— para tomar una decisión en un tema donde no esté del todo claro qué entender o cómo proceder. El debate es útil para demostrar la superioridad de una argumentación sobre las conclusiones de sus oponentes, señalando en qué consiste el error o inferioridad de los razonamientos opuestos. El debate y la discusión han sido también empleados como métodos de enseñanza en ambientes democráticos, en completa diferencia con ambientes conservadores y dogmáticos de tradición adoctrinante.

¿Por qué debatir? Un argumento a favor del empleo del debate como medio para diseminar el entendimiento de un asunto es el siguiente: El entendimiento sólo puede ocurrir a nivel personal, cuando el individuo ejerce sus facultades intelectuales, esto significa que nadie puede entender a cuenta de otro. Por una cuidadosa observación sabemos que la totalidad del saber sobre un asunto substancial no puede residir en uno solo o unos pocos seres humanos, no podemos considerar completa a una sola perspectiva —a menos que estemos bajo un sistema totalitarista—. Si se cuenta con tan sólo una fuente o perspectiva, entonces el entendimiento individual necesariamente resultará sesgado. Por tanto, un creciente entendimiento sobre un asunto ocurre en el pensador crítico individual cuando éste se expone a un continuo debatir donde estén incluidas una amplia diversidad de perspectivas y argumentos. Entre más intensos los debates, mejor para el individuo, siempre y cuando éste se mantenga abierto a la posibilidad de que la contraposición de razonamientos y conclusiones ayude a mejorar sus propias creencias.

Claro, el argumento anterior está a favor del progreso del individuo, y por tanto no es muy bien visto por organizaciones corporativistas que sólo buscan el desarrollo del “grupo” —que suele significar en los hechos el progreso de tan sólo una pequeña cúpula o elite— muy por encima del desarrollo de los individuos como personas. En estos ambientes la sola idea del debate causa nerviosismo por el miedo a “hacer ruido” o hilaridad pues no ven cómo el debate pueda ser necesario en temas “tan evidentes”, según ellos. Por lo que los clichés o eslóganes corporativistas que anuncian con orgullo que las personas son su principal activo, y no incluyen al debate como medio para el desarrollo personal, dejan a la incertidumbre si provienen de una fatal incompetencia, crasa ignorancia o fragante perversidad.

Si una persona entiende algo que considera valioso y quiere trasmitir dicho entendimiento a otro ser humano, entonces forzosamente deberá emplear el lenguaje para expresar sus raciocinios. La solidez de sus argumentos —recordemos que un argumento es la expresión lingüística de un raciocinio— hará el trabajo de divulgación por sí misma, si su auditorio consiste de adultos intelectuales y cuentan con ese rasgo de autoestima que aporta la confianza no en que siempre estarán en lo correcto, sino en que pueden pensar, revalorar, y corregir sus errores. De ahí la importancia de la filosofía como parte del desarrollo humano básico dentro de una sociedad que aspire a permanecer a largo plazo.

Así pues, sin debate, sin oposición a las ideas, el ser humano no puede mejorarse.

Argumentación

Hemos visto que la parte de la Lógica conocida como Lógica material estudia el razonamiento verdadero, es decir las condiciones por las que podemos decir que un juicio o proposición es cierto. La meta de la Lógica material puede ser: (1) descubrir si una proposición dada es cierta, (2) justificar la certeza de una creencia o juicio personal, (3) explicar los porqués de dicha justificación, (4) persuadir a otras personas de la certeza de una proposición. En todos estos casos necesitaremos inevitablemente la ayuda de la Lógica formal para analizar y evaluar las relaciones lógicas entre las proposiciones que dan soporte a la proposición en cuestión.

En relación a la argumentación y racionalidad Joseph M. Williams y Gregory G. Colomb nos dicen:

Argumentación no es un combate verbal, sino un medio de cooperación con otros para encontrar y verificar buenas soluciones a problemas difíciles. Los malos argumentos pueden dividirnos, pero los buenos fortalecen nuestras comunidades —civiles, académicas, profesionales— a través de ayudarnos a justificar no sólo lo que pensamos y hacemos, pero el porqué otros podrían tener buenas razones para hacer lo mismo. Pero aun cuando nuestros argumentos fracasen en conseguir un acuerdo, tendrán éxito si nos ayudan a explicar por qué pensamos diferente; de tal manera que fomente entendimiento y tolerancia mutua.

Existe diferencia entre argumentar y explicar pues un argumento no es una explicación. Razonamos hacia adelante en un argumento, a partir de las premisas hacia la conclusión; mientras que en una explicación razonamos hacia atrás, desde una conclusión que consideramos un hecho hacia la causa o las razones de dicho hecho.

A continuación agregaremos, a lo que ya hemos revisado en anteriores partes de esta exposición, algunas otras ideas acerca de la unidad básica de razonamiento: el argumento; también mencionaremos la importancia de saber leer mejor, mencionares otras falacias comunes, seguido de un breve resumen del modelo de argumentación y debate propuesto por Stephen E. Toulmin cuya valía ha tenido reconocimiento desde hace ya varios años.

La experiencia y 2+2=4

Hay conocimiento que puede llegar sólo por medio de la experiencia sensible, una idea completa del color, del sonido o del calor necesariamente requiere de lo que experimentamos por medio de la vista, del oído y del tacto, respectivamente. Los empiristas decían que todo el conocimiento llega de esta manera, esto es después de la experiencia, y de ninguna otra manera. Por el contrario los racionalistas decían que el todo del conocimiento puede derivarse por el uso de la razón, antes de la ocurrencia de experiencia alguna. La experiencia no juega ningún papel para obtener el conocimiento matemático o geométrico, el cual no requiere representaciones sensibles pues puede ser obtenido exclusivamente por medio de argumentos deductivos. Los racionalistas son filósofos platónicos pues coinciden con la teoría de las Formas o Ideas innatas de Platón (cuyo nombre fue Aristocles Podros, pero ha sido mejor conocido por el apodo que le dieron por tener espalda ancha). Ambos lados del debate tenían parte de razón, como lo mostró la síntesis de Immanuel Kant, pues hay tipos de conocimiento que operan en diferentes niveles del saber.

Lo que lleguemos a saber por medio de la experiencia personal representa una ventana muy pequeña del mundo, por más que hayamos viajado y tenido una longeva vida. Otra manera de conocer es por medio de la cadena de trasmisión que nos conecta con la experiencia personal de otros que ha quedado registrada en la Historia. Si bien esa otra ventana, la ventana histórica, es mucho más amplia que la ventana de experiencia personal, aún no representa todo lo que puede conocerse de la existencia. Tenemos manera de conocer más allá de la suma total de experiencias de la raza humana, esa manera es el razonamiento. Por el cual podemos saber algo acerca del funcionamiento del átomo, del origen de la vida orgánica, de la forma y mecánica del Sistema Solar y la Vía Láctea, nada de lo cual ha sido jamás observado a simple vista por ojo humano. Al razonar sacamos cuentas y podemos llegar a conocer algo nuevo por medio de ligar correctamente las proposiciones, de cuya verdad dependemos. Podemos llegar a contemplar lo que no es visible para el ojo, en observación directa, pero es visible para el ojo del razonamiento.

¿Sabemos leer y escribir?

¿Cómo reconocer que alguien está expresando un raciocinio? ¿Cómo diferenciar una narrativa, una descripción, y una argumentación? ¿Cómo identificar la estructura o principio organizador de un argumento entre una secuencia de enunciados orales o escritos? Es aquí donde se hace indispensable una destreza para escuchar, leer, y escribir más allá de las habilidades básicas. Puede parecer absurdo sugerir que a pesar de haber cursado los grados escolares todavía necesitamos aprender a leer y a escribir. Parecerá absurdo si creemos que eso ya lo sabemos hacer desde entonces, pero ¿y si supieras que esa creencia no es cierta?, como Yolanda Argudín y María Luna nos invitan a considerar en su obra Aprender a pensar leyendo bien. Además nos explican:

“Pocas personas aprender a leer bien...La mayoría de las escuelas consiguen que los alumnos aprendan a leer, pero frecuentemente el resultado es que durante los años escolares, o incluso más tarde, los estudiantes están incapacitados para desarrollar sus propias ideas y opiniones a través del razonamiento y de la reflexión que implica el hacer una buena lectura; además, pocos hallan un verdadero sentido en leer...La habilidad más noble que un buen lector adquiere es la capacidad crítica, que le permite examinar los propios pensamientos, establecer los juicios propios, buscar las propias respuestas contrastándolas con lo que lee...No leer bien es permanecer aislado, sin suficientes referencias ni relaciones con el mundo externo que posibiliten la comparación personal y el crecimiento interior.” —Yolanda Argudín y María Luna. Aprender a pensar leyendo bien. Editorial Paidós.

Podemos los seres humanos cultivar nuestra capacidad del lenguaje y junto con ella desbordar el torrente de desarrollo interior que proviene en consecuencia o podemos permanecer en una vida confinada a tan sólo la experiencia sensible y emoción circunstancial que ofrece el analfabetismo en sus diversas formas. El humano es capaz de desarrollarse internamente a tal grado que puede vivir en constante abundancia espiritual, disfrutando los diversos frutos de la contemplación, perdurando en los goces de la indagación filosófica y científica, deleitando la alegría racional derivada de valorar la amplitud del ser. Una manifestación externa de tal estado interior puede llegar a degustarse por medio de expresiones artísticas como la alta poesía; la cual, como nos explica Ernesto de la Peña, se trata de poesía auténtica y es algo muy distinto a la idea popular de poesía como cursilería romanticoide.

Niveles de analfabetismo

Reflexionemos un momento acerca de las connotaciones actuales del adjetivo: analfabeto, aplicado popularmente al que no sabe leer ni escribir, al ignorante, sin cultura, al profano en alguna disciplina. Este adjetivo está íntimamente vinculado con la destreza lingüística, es decir, la familiaridad con el contenido conceptual compartido por una sociedad en particular. Por ejemplo, si un miembro de la población Rarámuri, asentada en el estado de Chihuahua, México, viajara al centro de la Ciudad de México sin conocer el lenguaje local, sin ser capaz de interpretar correctamente las señales viales y los señalamientos de orientación en general, sería muy poco capaz de desenvolverse independientemente en tal situación, por ser un analfabeto para ese contexto específico. Lo mismo le sucedería a un habitante de la Ciudad de México si viajara al centro de Paris, Francia, sin conocer el idioma francés –no importa cuán alfabetizado sea en la cultura del idioma español—.

Otro tipo de analfabetismo es la incapacidad de abrirse paso a través de las tecnologías de información contemporáneas, sitios Internet, blogs, wikis, email, posts, navegadores, redes sociales, etcétera, que combinada con la incapacidad, por parte de personas acostumbradas a navegar diariamente por Internet, de comprender y explicar correctamente un texto literario produce el surgimiento del analfabetismo multifuncional.

Un siguiente y trágico nivel de analfabetismo que está diseminado entre muchos de nosotros —quienes somos incapaces de dar justa razón de las obras y sucesos más importantes de la cultura en general, de la ciencia y el conocimiento científico, y de su relevancia en el devenir de la sociedad que somos parte— es el analfabetismo cultural. Un rasgo que comparten los analfabetos de este tipo, como lo comenta Guillermo Carvajal, consiste en “estar convencidos de tener razón sobre aquello que en realidad desconocen. Suelen repetir opiniones y adoptar posturas ideológicas, sociales, religiosas o artísticas que han oído de otras personas, porque son incapaces de formarse su propio juicio”.

Por si fuera poco, y en buena medida como parte de una explicación del porqué del estado actual de la sociedad mundial y del planeta, el nivel de analfabetismo filosófico es apabullante. Un continuo tropezar con el desproporcionado pragmatismo predominante mantiene ese estado de ignorancia, en el cual el espíritu humano individual queda desarraigado ante la avasalladora fuerza del colectivismo. Los individuos son incapaces de relacionar su vida cotidiana con la reflexión ética, o con las condiciones epistemológicas para mejorar sus creencias, o con las demás provincias del ejercicio filosófico.

El analfabetismo filosófico, que en mi opinión es el más siniestro, deja a las personas enclaustradas en un ámbito de profunda miseria espiritual, donde una grotesca farsa del bien ser, del bienestar y lo supuestamente valioso se mantiene cada vez más inalcanzable por las siempre crecientes imposiciones del consumismo y mercantilismo. Donde el desarrollo interior es usurpado por la falsa espiritualidad que el mundo religioso, con su paternalismo dogmático, promueve para beneficio, no del individuo, sino de algún partido confesional en particular. Donde la forma más perversa del pensamiento religioso oligárquico y elitista históricamente ha pactado contubernios con el poder económico y el poder militar que dejan a la población general en completo servilismo a los pies de los intereses particulares, bajo un modelo moderno de disimulada esclavitud. Para rematar burlonamente tal situación, no faltan los que la enmascaran presentándose como nuestros benefactores, como los que cuentan con una alternativa para nuestro tipo de analfabetismo, y en lugar de asistirnos en nuestra alfabetización filosófica hacen lo contrario al perpetuar nuestras tinieblas intelectuales por medio de una relación paternalista en la que se prohíbe el cuestionamiento de los dogmas acordados en dichos contubernios.

Lectura para información y lectura para entendimiento

Vemos entonces que el recorrido hacia una alfabetización amplia no es nada trivial y requiere la voluntad del individuo para nunca detenerse en su aprendizaje, en su transformación en los diversos campos del bien ser, del bien saber y del bien hacer. Para lo cual, entre otras cosas, contamos con un lenguaje y con la oportunidad de conocerlo a fondo y desarrollarnos en la escucha, en la lectura y en la escritura.

Leer lo que nos dicen los libros, el entorno, u otras personas se puede hacer con una de tres metas: lectura para recreación, lectura para obtener información, o lectura para obtener entendimiento. La diferencia entre las dos últimas consiste en que si entendemos la totalidad de lo que se nos dice entonces sólo obtuvimos información, es decir, la lectura no nos trajo nada nuevo para entender, pues todo lo dicho encontró plena correspondencia con el contenido ya existente en nuestra mente antes de iniciar la lectura. Por otro lado, si nos damos cuenta que no entendimos todo después de las primeras lecturas entonces sabemos que el texto nos ofrece algo más allá de nuestro nivel actual de entendimiento. Regresaremos entonces a batallar con el texto y su contexto, contando únicamente con la destreza de nuestra propia mente, hasta que gradualmente elevemos nuestro nivel de entendimiento por medio de las habilidades de lectura. Esta elevación realizada por una mente esforzándose sobre un texto representa una lectura virtuosa, es el tipo de lectura que merece un texto que se atreve a desafiar nuestro entendimiento actual —rasgo de los mejores libros, entornos o personas—. El ejercicio de las habilidades que elevan nuestra mente a un nivel superior de entendimiento constituye el arte de la lectura. Para que dicha elevación pueda ocurrir se requiere contar con las habilidades de lectura del tercer nivel en adelante, de acuerdo a la tabla a continuación.

Ya sea que aprendamos y descubramos con la asistencia de alguien (aprendizaje asistido) o decidamos ir aumentando la destreza de hacerlo por nuestra cuenta (aprendizaje autodidacto), en ambos casos requerimos saber cómo hacer que los libros, el entorno y las personas nos enseñen bien. Esto se hace por medio del dominio de los niveles de lectura enlistados a continuación, útiles en el desarrollo de nuestra habilidad para estudiar y descubrir cada vez más y mejor.

Nivel de lectura

Rasgos distintivos

Lectura básica

El nivel más simple de lectura. Suele ser lo que se enseña en la escuela. El objetivo es sólo entender las palabras y enunciados básicos.

Lectura exploratoria

Vistazo amplio, pero sistemático, para obtener la idea general del contenido así como de sus secciones principales.

Lectura analítica o de comprensión

Análisis, comprensión y asimilación del contenido. Distinción entre lo fundamental y lo accesorio, entre los puntos principales y los diferentes tipos de enunciados de soporte.

Lectura crítica

Lectura reflexiva y evaluativa acerca de lo que se lee, sus fuentes, tipo de enunciados, propósito e intención ideológica del autor, tono empleado, claridad de la tesis, tipo de argumentos, la coherencia y solidez de los mismos, efecto de la lectura en uno mismo.

Lectura comparativa o sintópica

Representa el más exigente nivel de lectura, y el que ofrece los mayores beneficios en entendimiento. Estudio con el cual se comparan y contrastan obras diferentes que tratan un mismo tema, obtiene un análisis integral no contenido en ninguna de las obras individuales.

¿Qué es el lenguaje?

La belleza del lenguaje, su riqueza y conexión con nuestro contenido mental, son áreas que han sido atendidas por estudiosos como Ferdinand de Saussure, Ludwig Wittgenstein o Noam Chomsky. La Antropología incluye el estudio sistemático del lenguaje, el cual está a cargo de la Lingüística, que a su vez contiene a la Gramática la cual estudia los elementos de una lengua y sus combinaciones. Un breve intento de explicar algunos aspectos de la comunicación humana en relación con el diseño de las computadoras digitales de hoy en día se encuentra en el texto: ¿Cómo funcionan las computadoras?

Lenguaje argumentativo

Una secuencia de enunciados es lo que percibimos al escuchar hablar a una persona o al leer un texto. Esperamos que dichos enunciados guarden alguna relación entre sí, la cual represente una estructura o principio organizador que mantenga la coherencia de lo que se dice. Una secuencia de eventos será lo que organice una narrativa; en el caso de una descripción serán hechos en un orden determinado; en ninguno de estos casos encontramos argumentos.

Una secuencia de proposiciones en su papel de premisas y conclusión se espera para el caso de una argumentación. Distinguimos el lenguaje argumentativo al identificar el esfuerzo por darle soporte lógico a una proposición, es así que sabemos que estamos en presencia de un argumento del que podemos identificar sus premisas y su conclusión. Las proposiciones son presentadas sin asumir que son ciertas, sino que van acompañadas de las razones por las que se cree son ciertas. Se incluyen las premisas con la finalidad de persuadirnos de la certeza de la conclusión. Dicha finalidad se puede distinguir por el uso de algunas palabras o frases, por ejemplo la frase “por lo tanto” nos indica que el enunciado tiene por intención ser una conclusión. “Debido a” nos prepara para una proposición que sirve como premisa. La lista a continuación muestra otras posibles palabras o frases indicadoras de premisas o conclusiones:

Indicadores de premisas

Indicadores de conclusiones

Ya que

Por tanto

Debido a

Entonces

Dado que

Así pues

Asumiendo que

Consecuentemente

La razón es que

Como resultado

En vista del hecho

Implica que

En la medida que

Lo cual significa que

Lectura crítica y argumentación por tema

Al mejorar nuestra habilidad de lectura aprendemos que para abrirnos paso frente a un texto que desafía nuestro entendimiento requerimos, entre otras cosas, hacernos diversas preguntas acerca de dicho texto. Con las cuales podemos destilar el texto, analizando su estructura, identificando sus partes y entendiéndolas por separado. Así, por partes, llegaremos a formar el panorama de lo que se está diciendo. ¿Cuál es el propósito principal del autor? ¿De cuál problema está presentando una solución? ¿Cuáles son las conclusiones que quiere que creamos o qué quiere que hagamos? ¿Cuál es la evidencia que presenta para sostener dichas conclusiones? ¿Cuáles proposiciones constituyen sus premisas? ¿Por qué piensa que tal evidencia demuestra su caso?

Si se trata de un problema conceptual entonces la solución implica llegar a entender algo; si se trata de un problema pragmático entonces el autor presenta una solución que requiere hacer determinadas acciones. Ambos tipos de solución nos llevan a forjar un mejor mundo.

También es necesario preguntarse por el contexto de los argumentos que estudiamos, los hay de muchos tipos, tantos como temas en los que podamos pensar. Hay argumentos de contexto político, argumentos judiciales, ético-morales, científicos, religiosos, etcétera. El análisis de argumentos incluye el análisis de textos y discursos públicos que versan sobre esos temas. El material utilizado para hacer dicho análisis, así como sus resultados, suele conservarse y publicarse para que otros puedan continuar analizando el tema en épocas posteriores, agregando sus argumentos propios.

Por ejemplo, el campo de estudio conocido como crítica bíblica publica constantemente el resultado de los análisis que los estudiosos hacen al respecto de las conclusiones en tanto interpretación del contenido de la Biblia y de su historia. Dichas publicaciones suelen incluir además un aparato crítico, el cual consiste de todo el material fuente que sustenta y justifica las decisiones tomadas durante la recomposición o restitución de un texto perdido; sin embargo, los estudiosos también incluyen las notas aclaratorias o complementarias introducidas como pies de página. El aparato crítico es indispensable para la interpretación que tiene que ocurrir al elaborar una traducción. Esto lo trataremos un poco más a fondo cuando veamos el tema de crítica textual en una sesión más adelante en este seminario de introducción a la filosofía.

Medios para persuadir

La argumentación ha sido una técnica lingüística utilizada por muchos filósofos, desde la Antigüedad, por la cual comunican sus creencias. Un argumento funciona como un intento verbal para que otras personas entiendan, acepten, o adopten una creencia a través de proveer las razones por las cuales debieran aceptarla.

Entre argumentos opuestos, el de mayor solidez lógica tiene más posibilidades de ser aceptado por personas en un entorno donde puedan ejercer, en un sentido completo, su libertad intelectual. El filósofo elige a la argumentación como su único medio para expresar su labor filosófica. Para el filósofo, los otros medios de persuasión, como la coerción y la propaganda, no le interesan pues parten de una suposición ética inferior: que las personas no pueden o no deben pensar por sí mismas para evaluar argumentos, y que por lo tanto manipular al inadvertido está plenamente justificado —como lo creen al parecer quienes persuaden por coerción o propaganda—.

Durante la Edad Media, los “bien intencionados” inquisidores, usando la coerción, lograron persuadir a muchas de sus víctimas a fuerza de tortura física y psicológica para que aceptaran como ciertas sus ideas religiosas. En la actualidad, se puede constatar todavía la tortura psicológica que utilizan los grupos religiosos e inquisidores modernos al explotar el miedo a lo desconocido en todos los que se dejan —habría que analizar si los que “se dejan” les queda, de hecho, alguna opción al tratarse de inermes infantes, sin sentido crítico desarrollado—.

También hoy en día se utiliza mucho otro medio de persuasión —típicamente por las formas de Estado, ya sea secular, corporativo, o eclesiástico— con consecuencias de perversidad similar, es el modelo de propaganda. Este modelo tiene apariencia de persuasión por argumentos, es decir, por raciocinios, pues presenta conclusiones, razones y evidencias, pero los propagandistas no tienen ningún interés en analizar si sus razones son sólidas, sólo les importa que funcionen, usualmente por medio de explotar las emociones de su audiencia. Ni les importa qué es lo que otros piensen, excepto para saber cuáles creencias tienen que vencer o rechazar. No conceden ninguna importancia a la posibilidad de que otro punto de vista pudiera ayudarles a mejorar o cambiar el suyo.

Éste último método de persuasión mencionado, la propaganda, difiere de la persuasión por argumentos, principalmente, porque en la práctica honesta de la argumentación uno se mantiene abierto a la posibilidad de que las conclusiones y razones opuestas pudieran hacer cambiar el punto de vista de uno. Es decir, uno no inicia ni se mantiene con la creencia fundamentalista de que es poseedor indiscutible de la verdad absoluta.

Solidez lógica

El análisis de un argumento nos revela su estructura interna con el fin de evaluarla, para saber si existe un soporte real sobre el que esté basada la presunción de verdad de su conclusión.

Para demostrar una conclusión, un argumento debe apoyarse en dos atributos esenciales. (1) Sus premisas deber ser ciertas, deben ser hechos comprobables. Suposiciones falsas no demuestran absolutamente nada. (2) Las premisas deben contar con la más fuerte relación lógica posible con la conclusión, de tal forma que si las premisas resultan ciertas, entonces la conclusión deberá, con la misma intensidad, ser también aceptada como cierta. Es decir, las premisas deben ser lo más relevante posible para la conclusión. Este segundo atributo mencionado, la relación lógica entre premisas y la conclusión, representa la solidez lógica del argumento.

Por ejemplo, supongamos que un conductor de autobús es acusado de negligencia al provocar un accidente automovilístico. Comparemos las premisas presentadas como evidencia en los dos siguientes enunciados:

  1. El conductor ha estado involucrado previamente en accidentes automovilísticos causados por negligencia; por tanto, el conductor es culpable.

  2. El conductor fue visto por varios de sus pasajeros haciendo y recibiendo llamadas con un teléfono celular mientras conducía el autobús en cuestión instantes antes del accidente; el video de la cámara del crucero muestra al autobús cruzando a pesar de la señal de alto para el autobús; un teléfono celular registrado a nombre del conductor fue hallado algunos metros del lugar del accidente, con sus huellas en él, y con el registro de una llamada en curso al momento registrado del accidente como se observa en el video; por tanto, el conductor es culpable del cargo.

Suponiendo que para ambos casos todas las premisas son ciertas, ¿cuál argumento es el más débil? ¿Cuál justifica una leve sospecha y cuál justifica un veredicto? ¿Cuál argumento presenta la conclusión en mayor armonía, solidez o consistencia con la evidencia?

La fuerza o solidez lógica es el grado de soporte que las premisas confieren a la conclusión, es el grado en que las premisas, si son ciertas, hacen igualmente probable que la conclusión también lo sea. La fuerza del argumento depende de la fuerza de la relación entre premisas y conclusión.

Durante el análisis de argumentos, se recomienda usar las técnicas de diagramación con las cuales se visualiza la relación entre premisas y conclusión; o entre premisas dependientes y cómo estas se escalonan hacia la conclusión. Por motivos de espacio estas técnicas no serán cubiertas aquí, pero se invita a los interesados a consultar las fuentes —especialmente la obra de David Kelley— para conocer los detalles. Aquí tan sólo ofreceremos los siguientes ejemplos:

Argumento

Diagrama

(1) No debiera salir de vacaciones no sólo porque (2) tengo muchos pendientes en casa, sino (3) porque no alcanzo a cubrir el costo.

(1) Ignorar la señal roja de alto es incorrecto porque (2) pone en riesgo la vida de muchos.

(1) Copiar en un examen es incorrecto porque (2) nos basamos en el conocimiento de alguien más, mientras que (3) el propósito del examen es demostrar nuestro propio conocimiento.

(1) El ejercicio frecuente fortalece los músculos, (2) también vigoriza el sistema cardiovascular, y (3) disminuye el colesterol dañino. Por todo eso, (4) debo ejercitarme regularmente.

Debido a (1) que mi automóvil no enciende, (2) tendré que viajar en autobús, por lo que (3) necesito llevar el cambio exacto del pasaje.

Durante la evaluación de argumentos, y sacando provecho de la visualización de su estructura por medio de su diagrama correspondiente, hay que tener en cuenta los siguientes principios: (1) un argumento con más de un escalón no puede tener más solidez lógica que su escalón más débil; (2) cuando hay premisas independientes en un escalón, es decir, cuando una o más flechas convergen sobre la misma conclusión, el argumento será al menos tan sólido lógicamente como su premisa más fuerte.

Fuerza retórica

Para conseguir que la audiencia acepte la conclusión es innegable que un argumento tiene tanto un componente lógico como uno retórico. La Lógica, como hemos estado viendo, se preocupa de las razones que deben ser ciertas para cualquiera, en cualquier lugar, sin apelar a las emociones, simpatías o prejuicios. La Retórica, por otro lado, sí involucra dichos apelativos personales. El carisma de personalidad puede ser parte de la fuerza retórica de un argumento oral o escrito, las bromas, los motivos personales y tendenciosos, incluso la explotación del fanatismo, son herramientas retóricas al buscar simpatizar con un auditorio o al manipular sus miedos.

Ninguna de esas tácticas es parte de la Lógica. El componente lógico de un argumento suele no aparentar extravagancia ni emocionar al público pues la Lógica puede ser áspera y poco atractiva, pero tiene la ventaja de aplicar para cualquiera. La lógica de un buen argumento no es subjetiva, al contrario, busca la objetividad yendo más allá del apelativo retórico.

En Filosofía, tanto la Lógica como la Retórica juegan un papel, pues son virtualmente inseparables. Lo importante, claro está, es que el individuo se mantenga al tanto y analice las bases sobre las cuales ha sido persuadido por un argumento. Pues puede darse el caso de haber sido persuadido por pura fuerza retórica y sin fundamento lógico. Por ejemplo, por el ardid del político, o el ministro de culto religioso, o cualquier otra figura autoritaria quien anota al margen de las notas de su discurso o sermón: “argumento endeble, gritar aquí”. Afortunadamente, para el individuo pensante, esos efectos pueden desaparecer al considerar de nuevo el asunto.

Así como un argumento pobremente fundamentado puede llegar a ser aceptado por un público inadvertido, o por alguien en un estado de ánimo temporal, o por el hecho de que la audiencia desconozca el otro lado de la historia, así mismo un argumento sólidamente cimentado puede mantenerse a través de humores pasajeros, reflexión crítica, y réplicas incompletas. Para lograrlo se requiere tanto de la mejor lógica posible como del uso proporcionado de una retórica efectiva. Se requiere un entendimiento tanto de las reglas de la buena argumentación como del funcionamiento de las trampas donde caen quienes ignoran esas reglas. Ese entendimiento no sólo ayuda a evitar las falacias, o errores de razonamiento, sino también para analizar los argumentos de otros.

Falacias

Una falacia es un error de razonamiento que sigue un patrón reconocido pues ocurre con mucha frecuencia en el pensamiento y en la dicción cotidiana, es un argumento en el cual las premisas, de hecho, no soportan a la conclusión. Hay una cantidad considerable de ellas y han sido catalogadas desde hace siglos (por lo que algunas tienen nombres en latín). Se estudian para poder evitarlas en el razonamiento propio y para identificarlas en el razonamiento de otros.

Tan sólo algunas de las falacias más populares se mencionan a continuación; se incluye la forma de cada falacia donde usaremos la letra p para representar, de manera genérica, una proposición cualquiera.

Falacia

Forma o ejemplo

Definición

 

Falacias subjetivistas

Subjetivismo

Creo que p es cierto, entonces p es cierto.
Quiero que p sea cierto, entonces p es cierto.

Usar el hecho de que uno cree o uno quiere que una proposición sea cierta como evidencia de su verdad.

Apelar a la mayoría

La mayoría cree p, entonces p es cierto.

Usar el hecho de que un gran número de personas creen en la certeza de una proposición como evidencia de su verdad.

Apelar a la emoción

El gobierno una vez contrató a piratas para saquear naves extranjeras, por tanto nuestro gobierno no debe hacer contratos con la iniciativa privada.

Tratar que alguien acepte una proposición con base en la emoción que uno mismo le induce.

Apelar a la fuerza

O aceptas o ya verás...

Tratar que alguien acepte una proposición con base en una amenaza.

 

Falacias de credibilidad

Apelar a la autoridad

Una autoridad dice p, entonces p es cierto.

(Donde el campo de su autoridad es un campo diferente del de p)

Usar evidencia testimonial para una proposición cuando las condiciones de credibilidad no son satisfechas o se hace un uso inapropiado de tal evidencia.

Ad hominem

X dice p y X tiene un rasgo negativo, entonces p es falso.

Usar un rasgo negativo del autor como evidencia de que su proposición es falsa o su argumento es débil.

 

Falacias de contexto

Alternativa falsa

Ocurre cuando fallamos en considerar todas las posibilidades relevantes al caso.

Excluir posibilidades relevantes sin justificación.

Post hoc

A ocurrió antes que B, entonces A causó B.

Usar el hecho de que un evento precedió a otro como suficiente evidencia para la conclusión de que el primero causó al segundo.

Generalización apresurada

Este cisne es blanco, entonces todos los cisnes son blancos.

Inferir una proposición general a partir de una muestra inadecuada de casos particulares.

Composición y división

El estéreo del automóvil es marca Motorola, entonces el carro es marca Motorola.

Inferir que un conjunto tiene una propiedad simplemente porque sus elementos la tienen.
Inferir que un elemento tiene una propiedad simplemente porque el conjunto al que pertenece la tiene.

 

Falacias de estructura lógica

Argumento circular

p es cierto debido a que p es cierto

Tratar de sustentar una proposición con un argumento en el cual tal proposición es una premisa.

Equivocación

(ver el ejemplo de inferencia mediata en la parte II de esta exposición)

Usar una palabra con dos significados diferentes ya sea en las premisas y/o en la conclusión.

Apelar a la ignorancia

Lo opuesto a p no ha sido comprobado, entonces p es cierto.

Usar la ausencia de prueba para una proposición como evidencia para la verdad de la proposición opuesta.

Desviación; también conocida como hombre de paja

Ocurre al distorsionar un argumento y refutar la versión distorsionada y no la original.

Tratar de sustentar una proposición por medio de argumentar por otra distinta.

Modelo de Toulmin para la argumentación

Stephen E. Toulmin y Jürgen Habermas derivan un modelo de argumentación a partir de los procesos de la jurisprudencia, otorgando más atención a la manera en que se llega a mejores acuerdos y consensos por medio de ciclos constantes de comunicación. Su modelo parte de la Lógica clásica proponiendo, en adición, procesos comunicativos que pueden ampliar la noción de validez al atender las particularidades de diversos contextos donde dicha lógica resulte insuficiente.

El modelo de Toulmin conlleva un proceso continuo en el que no hay conclusiones finales y definitivas. Un asunto no se llega a considerar zanjado del todo sino que continuamente se va evaluando y refinando por medio de analizar las bases de los acuerdos o desacuerdos. El análisis de argumentos por este modelo es un método para descubrir cómo las estrategias argumentativas que son empleadas por el autor —el cómo y el porqué del argumento— nos llevan a responder al contenido —el qué— del argumento de la manera en que lo hacemos. Tal análisis puede hacernos cambiar de opinión al provocar un cambio en el juicio que teníamos acerca de la efectividad del argumento.

El modelo de Toulmin para argumentar propone un ciclo de comunicación en el cual: yo afirmo o reclamo algo debido a determinadas razones las cuales he basado en evidencia comprobable; además, presento también un principio general o garantía de relevancia que conecta las razones presentadas con la afirmación principal. Así mismo, reconozco las objeciones y puntos de vista alternativos ante los cuales ofrezco una respuesta.

El modelo de Toulmin, como es explicado por Joseph M. Williams y Gregory G. Colomb, consiste en los siguientes elementos:

Elemento

¿Cómo identificarlo?

Descripción general

 

Elementos que forman el núcleo de argumento

Afirmación, clamor, o reclamo

¿Cuál es tu punto, en esencia?
¿Qué es lo que alegas o afirmas que debiéramos creer o hacer?

Proposición general que corona al argumento, a la cual los demás elementos del argumento le sirven de sustento.

Razón

¿Por qué debiera estar de acuerdo?
¿Qué razones ofreces para sustentar tu alegato?

Conjunto de razonamientos que dan sentido verdadero a la afirmación, clamor o reclamo.

 

Elementos que demuestran la solidez lógica del argumento

Evidencia

¿Cuáles son los hechos en los que se basan esas razones?
¿Por qué son buenas razones?
¿Cuál es la evidencia que las sustenta?

Hechos, ejemplos, información realista, con atributos de suficiencia, credibilidad y exactitud, como soporte para las razones.

Principio justificante (garantía)

¿Cuál es tu lógica? ¿Qué principio fundamental conecta las razones como relevantes para tu clamor?

Es el pegamento que une a todas las partes del argumento.
Relación entre circunstancias e inferencias generales que ampara la relación entre circunstancias e inferencias particulares.

 

Elemento que considera el punto de vista del auditorio

Reconocimiento y respuesta

¿Has considerado las objeciones?
¿Cómo respondes a quien afirma lo contrario? ¿Reconoces posiciones alternativas, y cómo les respondes?

Admisiones, respuestas y argumentos adicionales ante las preguntas u objeciones más frecuentes.

Los elementos y su interrelación son presentados esquemáticamente en la siguiente ilustración:

El Argumento

Un excelente ejemplo de estos elementos es ofrecido en la obra de Joseph M. Williams y Gregory G. Colomb:

Cuando una institución tiene a sus más eminentes profesores enseñando a los alumnos de primer ingreso, puede afirmar justificadamente que su misión educativa está puesta en primer lugar. garantía Hemos tratado de mantener a nuestro sistema educacional universitario en la primera prioridad afirmación por medio de solicitar a nuestros mejores investigadores que enseñen a estudiantes de primer ingreso. razón Por ejemplo, el Profesor Kinahan, un reciente ganador del premio Nobel en Física, está ahora enseñando Física en primer semestre. evidencia Es cierto, no todo investigador enseña bien, pero las recientes evaluaciones a la enseñanza muestran que los profesores como Kinahan son muy respetados por sus alumnos. reconocimiento y respuesta

Debate

Las palabras “debate”, “discusión”, “polémica” pueden evocar siempre algo negativo, pero lo será sólo para los que no les conviene que las ideas se cuestionen o para quienes tengan temor de no poder expresar el sustento de sus creencias, o para quienes desean que todo permanezca tal y como está. Para otros, quienes tienen un interés por poner en claro los asuntos de su interés, el debate representa una muy buena herramienta para su búsqueda de la verdad, veamos a continuación algunas ideas del porqué.

Debate y educación

Cuando las condiciones para la verdad cuentan con una claridad indiscutible, cuando la fuerza de la razón es categórica y sólo virtudes se pueden desprender por aquellos que la hospedan, cuando la evidencia puede llegar a ser comprobable directa y objetivamente por cada persona interesada sin necesidad de intermediarios parciales, entonces, y sólo entonces, no necesitamos debatir nada. Si las condiciones se nos presentan de otro modo, entonces necesitamos el debate, principalmente, para lograr una búsqueda cooperativa de la verdad.

Es durante el debate, en la controversia, cuando las personas pueden exigir más de sí mismas para descubrir y aclarar su contenido interior, articulando sus pensamientos y creencias de la forma más fundamentada posible, llegando al límite de su capacidad mental propia. Es por medio de este esfuerzo, con el que sus ideas son sometidas a la más cruenta adversidad, que el individuo halla la posibilidad de expandir ese límite, aumentando su alcance intelectual al considerar y abarcar más posibilidades de explicación que previamente ignoraba o era incapaz de concebir. Una condición en la persona para que dicha expansión sea posible es el darse cuenta que una idea insensata de verdad absoluta lo conduce justo en sentido contrario a la verdad filosófica.

Vemos entonces que evitar el debate es una acción directa en contra del desarrollo interno de los individuos, así como lo es impedir la divulgación de los detalles teóricos y prácticos para sacar el mayor provecho de esta forma de comunicación e intercambio intelectual. Por eso algunas instituciones han reconocido la necesidad del debate como medio para la educación y lo han incorporado como técnica estándar para divulgar conocimientos.

Durante un debate se intercambian argumentos con el fin de aclarar la verdad de una proposición polémica. El uso de la argumentación se debe a que parte de su sentido último es aclarar lo que realmente pensamos. El significado original, por su raíz, de la palabra argumentar es dejar en claro o aclarar. Comparte dicha raíz con la palabra del Latín para nuestra palabra “plata”: argentum; lo que es claro suele brillar.

Para identificar un debate genuino, éste debe pasar la siguiente prueba: las conclusiones defendidas por los dos lados deben ser incompatibles, es decir, no pueden ser simultáneamente ciertas.

Negociar y refutar

El modelo de Toulmin para la argumentación también incluye un elemento negociador, un espacio que delimita explícitamente el alcance del argumento, evitando cualquier presunción de verdad absoluta. Toulmin acierta de nuevo aquí pues aceptar desde un inicio las condiciones en las que un argumento es falible es un rasgo de racionalidad.

La negociación es otra forma de persuasión, una en donde las partes están dispuestas a conceder razón a ideas opuestas cuyos puntos residan fuera de los límites del argumento presentado. Las obras de Roger Fisher en la sección de fuentes bibliográficas tratan de diversas técnicas de negociación así como de perspectivas útiles para aproximarse al significado de “ganar” una negociación; lo cual está lejos de significar tener toda la razón sin conceder nada a cambio.

Los debates productivos en la Historia han seguido un proceso dialéctico, donde se oponen tesis y antítesis, para que posteriormente y desde una perspectiva imparcial emerja una síntesis que resuelva de alguna forma la controversia. Dicha síntesis a su vez representa una nueva tesis para ser opuesta por otra antítesis, y el proceso se repite. Este proceso coincide con lo que se observa en el terreno de la realidad, donde la verdad tiene naturaleza emergente, donde siempre hay una nueva perspectiva que puede llegar a tener tal solidez que arroje más luz sobre dicho terreno.

Lo atractivo de un debate viene por partida doble, ya que no sólo es un aliciente para pensar más a fondo en nuestras ideas propias, sino que además nos ofrece la oportunidad de contemplar los mejores raciocinios de parte de otros puntos de vista, que de no ocurrir el debate, perderíamos la oportunidad de conocer. Además, ya que es muy difícil darse cuenta uno mismo de sus propios prejuicios, predisposiciones y distorsiones hacia o en contra de determinadas ideas, el debate nos permite conocer cómo se perciben nuestros mejores pensamientos desde la perspectiva de un “enemigo” quien no tiene ningún interés en quedar bien con nosotros; alguien quien no esté sujeto a los efectos del pensamiento grupal que pueden afectar a las personas más allegadas.

Por si fuera poco, un debate nos ofrece la oportunidad de presentar nuestras admisiones y respuestas a las refutaciones que nuestros argumentos puedan merecer. Como dice Williams y Colomb: “nada revela más claramente el tipo de mente que tienes, de hecho el tipo de persona que eres, que tu habilidad para imaginar y luego responder a alternativas, objeciones, y reservas”.

Un contraargumento es una objeción hacia otro argumento. Los hay de dos tipos. Ya que un buen argumento cuenta con dos rasgos —(1) sus premisas son ciertas (fuerza fáctica), (2) sus premisas deben dar soporte a la conclusión, es decir, deben ser relevantes para la conclusión (fuerza lógica)— para impugnar un argumento, entonces, podemos argumentar que una o varias de sus premisas son falsas, o podemos discutir que la conclusión no se deriva de las premisas, que hay una brecha lógica en el argumento impugnado.

Para refutar un argumento es necesario hacer un análisis usando diversas técnicas, como las técnicas de diagramación mencionadas anteriormente. Por medio de las cuales podamos identificar los puntos flacos o debilidades en la estructura de dicho argumento. Por ejemplo, dado que la brecha en un argumento débil puede ser cerrada al encontrar una premisa asumida, una objeción a la lógica interna de dicho argumento puede por tanto estar dirigida, cual embestida, hacia esa premisa asumida que sería necesaria para cerrar dicha brecha.

Los debates no siempre buscan dejar en claro la prominencia de una sola de las posiciones pues el tema mismo no permite que sólo una perspectiva sea correcta por completo. Por lo que hay métodos para debatir donde no se parte de posiciones firmes sino desde una posición donde el objetivo es la mediación. Las conclusiones se desarrollan y surgen hacia la parte final del debate. Uno de esos métodos de debate es el método Rogeriano, por su autor el psicólogo Carl Rogers, el cual propone que si los participantes logran coincidir en puntos clave de la controversia entonces será más probable que logren también una solución en común. El éxito del método requiere que cada participante entienda a cabalidad la posición del oponente, y pueda ser capaz de expresar clara, exacta y justamente dicha posición antes de considerar posiciones o conclusiones alternativas.

El método Rogeriano resta importancia al apelativo emocional en favor de un enfoque mucho más racional, por lo que es muy adecuado para situaciones con mucha carga emocional pero donde las personas tengan disposición para encontrar cooperativamente una solución. Las partes del método son: (1) cada lado expone la manera en que los involucrados son afectados en el tema discutido pero aquí no se demanda un acuerdo, (2) se expone la perspectiva del oponente de la forma más neutral, honesta y justa posible pues el más mínimo intento de manipulación echará por tierra el esfuerzo, (3) se expone la perspectiva propuesta de la misma forma neutral y proporcionada incluyendo las condiciones en las que resulta válida —aquí también se presenta la evidencia de soporte— (4) el cierre no exige que los participantes abandonen del todo su posición, sino que muestra la conveniencia de adoptar una posición más cercana a la propuesta presentada.

Para engalanar todas estas ideas acerca del debate, quiero cerrar citando a unos admirables pensadores:

“La habilidad para percibir o pensar diferente es más importante que el conocimiento obtenido” —David Bohm

“...si día tras día transcurre sin que nadie discuta preguntas incómodas como esas, ¿serán las buenas personas de mi país culpables de empeorar la situación?” —Donald E. Knuth

"...los buenos gobiernos se construyen a base de buenos ciudadanos; exigentes, involucrados, participativos. Por eso no basta con criticar las múltiples fallas del gobierno de Felipe Calderón; también se vuelve urgente cuestionar a los ciudadanos ausentes. A los mexicanos que contemplan los errores del presidente, pero no levantan un dedo para señalar cómo corregirlos. La culpa de la mediocridad de México es una culpa compartida." —Denise Dresser

Conclusión

Como típicamente sucede con ideas que no conocemos a fondo, el debate sufre de mala fama por quienes le han dado un mal uso. El debate es positivo, despeja la mente de las telarañas del miedo y la inseguridad. Pero es necesario conocer el arte de la argumentación, así también resulta indispensable contar con expectativas realistas así como promover un ambiente adecuado para la expresión racional con un proporcionado aderezo retórico.

Fuentes bibliográficas

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  2. Discussion as a way of teaching – Tools and techniques for democratic classrooms. Stephen D. Brookfield. Stephen Preskill. 2a edition. ISBN 978-0-7879-7808-2.

  3. The Skillful Teacher – On Technique, Trust, and Responsiveness in the Classroom. Stephen D. Brookfield. 2a edition. ISBN 978-0787980665.

  4. The craft of argument. Joseph M. Williams, Gregory G. Colomb. 3a edición. ISBN 978-0321453273.

  5. The Art of Reasoning. David Kelley. 3th edition. ISBN 0-393-97213-5.

  6. The Uses of Argument. Stephen E. Toulmin. ISBN 978-0521534833.

  7. A rulebook for arguments. Anthony Weston. 4th edition. ISBN 978-0-87220-954-1.

  8. How to win every argument - the use and abuse of logic. Madsen Pirie. ISBN 978-0-8264-9894-6.

  9. Introducing Philosophy: A Text with Integrated Readings. Robert C. Solomon. Oxford University Press. 2007. ISBN-10: 019532952X.

  10. Getting to yes – negotiating an agreement without giving in. Roger Fisher. William Ury. ISBN 0-09-924842-5.

  11. Getting together – building relationships as we negotiate. Roger Fisher. Scott Brown. ISBN 0-14-012638-4.

  12. Beyond reason – using emotions as you negotiate. Roger Fisher. Daniel Shapiro. ISBN 0-670-03450-9.

  13. Aprendiendo a pensar leyendo bien. Yolanda Argudín. María Luna. Editorial Paidós. ISBN 978-968-853-639-1.

  14. How to read a book. Mortimer J. Adler. Charles Van Doren. ISBN 978-0-671-21209-4.

  15. Cómo leer un libro. Mortimer J. Adler. Charles Van Doren. Editorial Debate. ISBN 978-84-8306-380-4.

  16. Aprender a aprender – Guía de autoeducación. Guillermo Michel. Editorial Trillas. ISBN 968-247914-2.

  17. Creer, saber, conocer. Luis Villoro. Editores Siglo Veintiuno. ISBN 968-23-1694-4.

  18. Curso de lingüística general. Ferdinand de Saussure.

  19. Investigaciones filosóficas. Tratado lógico-filosófico. Ludwig Wittgenstein.

  20. Language and Mind. Noam Chomsky. 3th Edition. ISBN 978-0521674935.

  21. ¿Qué es el lenguaje? Bénédicte de Boysson-Bardies. ISBN 978-968-16-7681-0.

  22. Language in thought and action. S.I. Hayakawa. Alan R. Hayakawa. ISBN 0-15-648240-1.

  23. La comunidad filosófica – Manifiesto por una Universidad popular. Michel Onfray. ISBN 978-84-9784-252-5.

  24. La otra educación – Filosofía para niños y la comunidad de indagación. Laurance J. Splitter, Ann M. Sharp. ISBN 987-500-003-5.